La isla de Borneo, en Indonesia, alberga la selva más antigua del mundo, una maravilla de 130 millones de años con árboles que alcanzan el tamaño de un edificio de 26 pisos y que se disputan la luz entre una cacofonía de simios, insectos y aves.
Como otras selvas tropicales, se alimenta de “ríos voladores”, corrientes de humedad atmosférica que transportan vapor de agua a cuencas situadas a miles de kilómetros; y también alberga turberas, un tipo de humedales cuyos suelos orgánicos almacenan el doble de carbono que toda la vegetación del planeta.
En todo el mundo, los bosques actúan como los guardianes de la biodiversidad de la Tierra, protegen los recursos terrestres e hídricos, estabilizan el clima global y sustentan los medios de vida de 1600 millones de personas, entre ellas unas 70 millones que pertenecen a los Pueblos Indígenas.
Los líderes mundiales de 145 países se han comprometido a detener y revertir la pérdida de los bosques para 2030, pero el mundo sigue perdiendo el equivalente a casi diez campos de fútbol de bosque por minuto.
En vísperas del 26º Congreso Mundial de la IUFRO, que se inaugurará en Estocolmo (Suecia) el 29 de junio, lo llevamos por un viaje por las tres selvas tropicales más grandes del mundo para explorar lo que significan para las personas y el planeta, su estado y cómo pueden gestionarse de forma sostenible para las generaciones presentes y futuras.