Nota del editor: Éliane Ubalijoro es CEO del Centro para la Investigación Forestal Internacional y el Centro Internacional de Investigación Agroforestal (CIFOR-ICRAF).
Los avances en el campo de la inteligencia artificial (IA) han estado últimamente en el centro de la atención mundial. Se calcula que el sector podría aportar entre 10 y 15 billones de dólares a la economía global de aquí a 2030, con, al mismo tiempo, complejas cuestiones éticas siendo planteadas frente al rápido crecimiento y potencial de esta tecnología.
Sin embargo, las posibilidades que presenta la IA para la mitigación del cambio climático, la adaptación y la restauración de los ecosistemas aún no se han tenido suficientemente en cuenta. Como dijo el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, en julio de este año, la IA tiene el potencial de dar gran impulso la acción climática, pero también conlleva algunos riesgos climáticos y sociales, lo que aumenta la urgencia de desarrollarla de forma fiable, segura y equitativa.
Por ejemplo, podemos utilizar la IA para desarrollar sistemas de alerta temprana eficaces y con capacidad de respuesta ante fenómenos climáticos extremos, predecir mejor qué cultivos sembrar a medida que cambian las condiciones y comprender los puntos de apoyo en los que se puede desarrollar la resiliencia climática a largo plazo al tiempo que se garantiza la mitigación inmediata de los riesgos.
Pero, como comunidad mundial, aún no tenemos un gran historial de garantizar que los avances tecnológicos se compartan con quienes más los necesitan. A menudo se ignoran los contextos y desafíos únicos a los que se enfrentan las comunidades que están en primera línea de los riesgos climáticos, y el sesgo algorítmico puede profundizar la desigualdad y reforzar la discriminación.
Como señalaba la Global Partnership on AI (Alianza Mundial para la IA) en un informe reciente, “cada vez hay más pruebas de que los actores con menos recursos (como los del sur global) son los que más van a sufrir tanto el cambio climático (son los más afectados por los impactos climáticos) como las transferencias de poder relacionadas con la transformación digital (pérdida de agencia y control)”.
Esto significa que la comunidad científica, la inversión privada y el sector público tienen que colaborar urgentemente para determinar dónde podría aplicarse la IA a los retos de los paisajes y el clima, y establecer un marco para hacerlo de forma equitativa y responsable. Como siempre nos ha advertido la ciencia ficción, la clave para maximizar los efectos positivos de esta tecnología –es decir, los que son equitativos para el conjunto más amplio de la población– es garantizar que esté centrada en el bienestar humano, se aplique con justicia y esté en sintonía con el impacto real manifiesto a nivel individual y comunitario.
Necesitamos un diseño reflexivo que encomiende a la IA la tarea de garantizar que los sistemas se gobiernen y evolucionen de manera que permitan una mayor inclusión y equidad, con las comunidades y la acción local en el centro".
Los avances en este campo deben ser éticos, fáciles de usar y equitativos, y deben estar pensados para el sur global. Esto significa que los responsables políticos, los financiadores, los inversores y los investigadores deben dar prioridad a las necesidades, los derechos y las voces de las comunidades, garantizando que las innovaciones tecnológicas y políticas estén en consonancia con los valores humanos, las consideraciones éticas y la justicia social.
Necesitamos un diseño reflexivo que encomiende a la IA la tarea de garantizar que los sistemas se gobiernen y evolucionen de manera que permitan una mayor inclusión y equidad, con las comunidades y la acción local en el centro. Lejos de tender hacia soluciones tecnológicas, podemos aprovechar el formidable potencial de la IA para cotejar, analizar y distribuir datos con el fin de promover y amplificar las iniciativas de base, el conocimiento indígena, la sabiduría local y las acciones dirigidas por las comunidades como poderosos catalizadores de soluciones climáticas globales escalables, de impacto y sostenibles.
Un acceso mejor y más amplio a evidencia sólida, datos, y conocimientos localizados puede mejorar la toma de decisiones sobre las estrategias enfocadas en los árboles, bosques y agroforestería para las comunidades, los países, la sociedad civil y el sector privado. Cuando estas soluciones resulten prometedoras, la IA puede facilitar su ampliación a otros contextos y escalas.
También puede desempeñar un papel clave a la hora de informar y mejorar las políticas financieras para los mercados de carbono y la biodiversidad, garantizando que se optimizan estratégicamente para lograr impacto y sostenibilidad. Sin embargo, es probable que estas iniciativas requieran que las instituciones de investigación y los gobiernos pongan los datos pertinentes a disposición del público como bienes públicos (como lo hace CIFOR-ICRAF con su propia investigación).
Esto nos exige el fomento de un enfoque “común” democratizado y la reducción de los silos de datos, garantizando la interoperabilidad de los datos y los sistemas de IA. Un ecosistema unificado y cohesionado facilita que otros investigadores y agentes públicos y privados se basen en lo que ya se ha hecho y utilicen técnicas conocidas y probadas. Fomenta el aprendizaje y la adaptación rápidos, permitiendo la identificación de estrategias eficaces y el rechazo de las menos fructíferas.
La IA también puede ayudarnos a colmar lagunas críticas de conocimiento que actualmente agravan las desigualdades y dificultan los procesos de toma de decisiones sobre cuestiones climáticas y de restauración, especialmente en los países de bajos ingresos. Por ejemplo, se podrían cotejar datos que ayuden a los responsables políticos a comprender las repercusiones de las políticas para incentivar la reducción de emisiones e impulsar la resiliencia climática.
La comunidad científica, la inversión privada y el sector público tienen que colaborar urgentemente para determinar dónde podría aplicarse la IA a los retos de los paisajes y el clima, y establecer un marco para hacerlo de forma equitativa y responsable".
También facilita el muestreo continuo de datos, del que CIFOR-ICRAF es un firme defensor. Nuestro Marco de Vigilancia de la Degradación del Suelo (LDSF, por sus siglas en inglés), en virtud del cual recopilamos periódicamente datos de una serie de lugares clave, ha mejorado sustancialmente nuestra comprensión de la salud y la restauración del paisaje, así como las estrategias relacionadas con ellas, en contraste con lo que se habría obtenido mediante un enfoque de recopilación de datos puntual. Sobre la base de este enfoque, la aplicación Regreening Africa combina la IA y la ciencia ciudadana para servir a cientos de miles de agricultores y revertir la degradación de la tierra en ocho países del África subsahariana.
A medida que avanza la revolución de la IA, nuestra organización tiene el firme compromiso de asumir un liderazgo centrado en el bienestar humano en lo que respecta a su uso en el ámbito del clima y la biodiversidad, y a fomentar asociaciones, diálogos e iniciativas que resuenen con las visiones de sostenibilidad global.
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