INVESTIGACIÓN AL LÍMITE
Aunque la pasión de Murdiyarso puede parecer una actividad emocionante actualmente, durante mucho tiempo lo convirtió en un renegado. Luego de obtener su doctorado en meteorología por la Universidad de Reading en el Reino Unido, regresó a Indonesia para integrarse a la facultad de su alma mater de pregrado, la Universidad Agrícola de Bogor (IPB por sus siglas en indonesio), y pronto comenzó a reunir fondos para proyectos de investigación. Esto llamó la atención del Panel Internacional sobre Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés), que lo eligió para que ayudara a realizar el Inventario Nacional de Gases de Efecto Invernadero de Indonesia.
Pero este encargo no impulsó su carrera como uno podría esperar.
“Prácticamente era el único indonesio, y [realizar esta labor] era considerado peligroso”, recuerda. “No se debía revelar lo que estaba sucediendo en el ecosistema. Me convertí en una suerte de explorador solitario que trabajaba con estudiantes sobre el cambio climático, término que aún era muy vago para muchos de nosotros”.
En ese entonces, Indonesia tenía la tercera mayor cantidad de emisiones provenientes de la producción de arroz después de China y la India —un ranking cuya validez Daniel no pudo evitar cuestionar—. Se puso en contacto con la Universidad de Portland y los convenció de que hicieran un desvío a Indonesia en su viaje anual a China y le prestaran sus equipos de última generación. “Mis estudiantes los pasaron por aduanas cargándolos en la mano”, dice riendo.
Él y su equipo terminaron publicando un artículo fundamental que, sobre la base de sus mediciones de las emisiones de tres variedades diferentes de arroz cultivadas en tres sistemas de gestión de agua distintos, estimó que las emisiones provenientes del cultivo de arroz en humedales en Indonesia eran de aproximadamente 4 teragramos (Tg) de metano por año, en lugar de la estimación anterior de 12 Tg por año.
Amenazaron con denunciarlo a las autoridades oficiales, sosteniendo que las universidades no debían hacer ese tipo de investigaciones, pero “yo estaba mucho más preocupado por contar con las cifras correctas, y con ello poder decir con confianza cuál era la cifra que teníamos. Si era peligroso o no, eso era cuestión de cada uno”.
El joven Murdiyarso nunca imaginó que su yo futuro se dedicaría a recorrer arrozales para medir la emisión de gases y reflexionar sobre la imprecisión de sus efectos. Mientras crecía en la ciudad de Cepu, en Java Central, su paisaje nativo era de tierras secas y calcáreas que luego dieron paso a plantaciones de teca estatales administradas por supervisores con altos salarios. Fueron los signos de dólar los que inicialmente lo llevaron a la carrera forestal; además, los humedales y otros ecosistemas archipelágicos estaban “llenos de estiércol y mosquitos”.
Luego de estudiar en la escuela de Silvicultura de la IPB, no se sentía listo para comprometerse con el mercado laboral. Solicitó y recibió una beca del Gobierno para estudiar una maestría en la IPB y luego se trasladó al Reino Unido para obtener su doctorado. Fue allí donde se enamoró de la comunidad de investigadores. “Había puntos de vista opuestos sobre los bosques y el agua”, recuerda sobre el debate principal de aquella época. “Algunos decían que los bosques son buenos porque producen agua, otros decían que son malos porque la consumen. Yo me encontraba en medio de esta gran cuestión, y cuando analicé el tema en los bosques tropicales, [descubrí que] ambas [posiciones] eran correctas en diferentes contextos”.
Durante su maestría, le asignaron como tutora a la climatóloga Ruth Chambers, quien rápidamente se convirtió en una mentora que forjó su temperamento científico. “Ella me enseñó la importancia de conocer algo de una manera adecuada y correcta, en lugar de aprender sobre todo pero de manera superficial. Fue una gran inspiración en términos de principios, integridad y disciplina”.
Un ejemplo: Murdiyarso continúa analizando el tema del agua, y en julio fue uno de los 50 científicos que contribuyeron a un relevante informe sobre bosques y seguridad hídrica presentado en el Foro de Alto Nivel sobre Desarrollo Sostenible de la ONU.
Los científicos Daniel Murdiyarso y Mohamad Khawlie exploran el ecosistema más importante de Qatar: los manglares.
Foto por Neil Palmer/CIAT.
CRISIS Y SORPRESAS
En 1995, el Programa Internacional Geosfera-Biosfera, un prestigioso grupo académico que cerró en 2015, recurrió a Murdiyarso para que se encargara de la dirección de un nuevo centro de investigación en Bogor, respaldado por una subvención de USD 2,1 millones de Australia para expandir la investigación sobre el cambio climático en el sudeste asiático. Puso manos a la obra de inmediato, diseñando currículos para cursos de capacitación técnica e invitando a expertos de todo el mundo para que dieran charlas. En 1997, cuando la doble catástrofe de la crisis económica de Indonesia y los incendios forestales pusieron al país en estado de emergencia crítica, un artículo de portada de la revista Science puso en la mira al centro y a Murdiyarso.
Esto, por supuesto, constituyó un enorme testimonio del trabajo realizado por Murdiyarso (y agradó inmensamente a los donantes del centro). Pero para Murdiyarso, representó la consolidación de la importancia de la ayuda y las asociaciones externas, que más adelante fundamentarían su petición de ratificar el Protocolo de Kioto.
“Así fue como sobrevivió la ciencia a la crisis económica”, recuerda. “Se necesita de una colaboración global, y que los donantes encuentren temas y problemas en los cuales invertir”.
Parte del mandato de su gestión era también convertir al centro en una plataforma para diálogos entre la ciencia y la política, comenzando por el tema más candente de aquella época: los incendios. Esto lo llevó a cursar invitaciones a Gobiernos de toda la región para sostener discusiones grupales; también lo impulsó a conocer mejor los otros centros de investigación de Bogor: el Centro Mundial de Agroforestería (ICRAF) y CIFOR, que se habían establecido conjuntamente en un lugar cercano a su centro en 1993. “Conocí al director general de CIFOR [Jeffrey Sayer] y lo que estaba sucediendo ‘en el barrio’. Todos estábamos aprendiendo a identificar problemas y a las personas adecuadas con las cuales hablar e interactuar”.
Su centro se convirtió rápidamente en el lugar de reunión de la comunidad de investigadores de Bogor. “Era el único lugar en Bogor que tenía computadoras de escritorio en el laboratorio”, dice entre risas —y 28 de ellas, nada menos—. “CIFOR e ICRAF no tenían lujos de este tipo y nos pedían los laboratorios para utilizarlos en sus capacitaciones”. El centro, que debía cerrar en 1998, superó las expectativas y recibió fondos adicionales para continuar funcionando hasta el año 2000. “Tres años que pasaron demasiado rápido”, dice.
Luego, sin previo aviso, su carrera dio un giro brusco. “Los diálogos que organizábamos atrajeron la atención —sobre nosotros y sobre el tema del cambio climático— del nuevo ministro de Medio Ambiente, quien quería desarrollar ese tipo de pensamiento para Indonesia”. Y el ministro, Sonny Keraf, quería que Murdiyarso fuera su viceministro.
“En nuestra primera reunión, le dije al ministro que ese no era mi hábitat, y que si consideraba que había llegado el momento de marcharme, se lo informaría. Él enarcó las cejas, ‘¿Por qué? Hay personas que piden tener tu cargo’. Yo le dije: ‘Porque no creo que pueda sobrevivir aquí para siempre’”.
Pasó casi tres años como viceministro antes de que su autoconciencia se hiciera profética. Cuando se produjo un cambio de ministros, Murdiyarso consideró que era el momento de marcharse, a pesar de que el nuevo ministro (Makarim) le rogó que se quedara.
Poco después, se ratificó el Protocolo de Kioto, lo cual, según Murdiyarso, es la demostración de que como científico tiene mayor eficacia fuera de la política que dentro. Regresó a Bogor y al año siguiente se unió a CIFOR como científico principal.