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Las iniciativas en el marco de REDD+ (Reducción de emisiones derivadas de la deforestación y degradación forestal y aumento de las reservas de carbono) han sido una de las principales esperanzas para detener la pérdida de bosques tropicales y luchar contra las emisiones de gases de efecto invernadero desde que el marco fuera propuesto en la Conferencia sobre el Cambio Climático celebrada en Bali en 2007.

Sin embargo, desde sus inicios, REDD+ también ha despertado controversias, pues a menudo se ha visto como un esfuerzo del “norte global” por aplicar una solución remota al cambio climático, lejos de donde se originó el problema. Además, se ha demostrado que muchas iniciativas privadas de compensación de emisiones de carbono forestal generan muchas falsas promesas, es decir, pretenden detener la pérdida de bosques en lugares donde las amenazas de deforestación eran nulas o insignificantes desde el principio, por lo que apenas supondrían una diferencia real.

Si en este momento, un par de décadas después del inicio de REDD+, hiciéramos balance de todas las investigaciones cuantitativas publicadas en la literatura científica, ¿hasta qué punto resultaría que el marco ha producido resultados tangibles tanto para el medioambiente como para los medios de vida locales?

Esta es la pregunta a la que responde un nuevo documento elaborado en el marco del Estudio Global Comparativo sobre REDD+ (GCS REDD+) del Centro para la Investigación Forestal Internacional y del Centro Internacional de Investigación Agroforestal (CIFOR-ICRAF), y que fue publicado en la revista de Nature-Springer Communications Earth & Environment. Este metaestudio identificó 32 estudios cuantitativos que utilizan métodos estadísticos “rigurosos” lo que significa que evalúan líneas de base contrafactuales (“¿Qué habría ocurrido probablemente sin la intervención de REDD+?”) utilizando observaciones de lugares de control comparables.

Como autores, utilizamos en total 26 efectos cuantitativos de REDD+ relacionados con los bosques y 12 socioeconómicos procedentes de estudios de casos. Podría parecer que no es mucho para una década y media de acción de REDD+. Pero, como en muchos otros campos medioambientales, la evaluación cuantitativa del impacto de la iniciativa se ha quedado rezagada. Así, en comparación con el tamaño de los bosques, nos dimos cuenta de que la acción de REDD+ era más fuerte en los Andes, Indonesia y África Oriental, mientras que la investigación sobre los impactos de REDD+, a su vez, se centraba desproporcionadamente en América Latina.

En conjunto, encontramos impactos de REDD+ de tamaño modesto pero estadísticamente significativos en la conservación de los bosques para programas privados (ONG o comerciales) y públicos por igual, pero con variaciones sustanciales. Algunos de estos estudios indican que cuando se interrumpen los pagos de REDD+, la deforestación suele volver a aumentar, pero sin deshacer los logros temporales de conservación conseguidos mientras duró el marco de REDD+.

Los resultados medioambientales, aunque quizás no sean uniformemente impresionantes, son notablemente mejores de lo que podría haberse previsto basándose en estudios anteriores de los mercados de carbono del sector privado. Uno de los principales motivos es la mayor variedad de acciones de REDD+ incluidas en el estudio, que abarcan iniciativas del sector privado, esfuerzos de ONG y programas gubernamentales de pagos por servicios ecosistémicos. Esta mezcla nos ofreció una perspectiva más equilibrada, en lugar de estar dominada por actores a veces denominados “cowboys del carbono”.

Hemos observado que una muestra mixta también es crucial para comprender la gran variedad de resultados de la conservación forestal. En concreto, los programas ejecutados por ONG con una sólida base científica aplicaban a menudo diseños REDD+ de vanguardia, logrando excelentes resultados. Esto nos ayudó a establecer estos casos, que sirven como prueba de que las intervenciones REDD+ bien diseñadas pueden tener éxito en contextos tropicales.

Por el contrario, los proyectos en zonas remotas “altas y lejanas” –aquellas sin carreteras y con acceso limitado al mercado– solían comenzar con bajas presiones de deforestación. En consecuencia, los efectos de REDD+ que se evaluaron fueron menores, ya que marcar una diferencia positiva resultaba más difícil en ausencia de amenazas significativas. Además, la eficacia de los esfuerzos del programa podría mejorarse centrándose en subregiones, comunidades o propietarios de tierras estratégicos, permitiéndoles un acceso preferente a la inscripción, lo que, a su vez, probablemente aumentaría el impacto de la intervención en la conservación de los bosques.

Sin embargo, algunos resultados insuficientes de REDD+ no se debieron únicamente a deficiencias de ubicación o diseño. Para muchos proyectos REDD+, los flujos financieros procedentes de los mercados de carbono eran más impredecibles de lo previsto inicialmente. Al carecer de un horizonte financiero claro, estas iniciativas dudaron a la hora de contraer compromisos a largo plazo con los propietarios de las tierras y las comunidades locales. En consecuencia, se quedó en acciones poco sistemáticas o provisionales, probando tentativamente diferentes acciones sin una estrategia a largo plazo. Como resultado, REDD+ desempeñó un papel en la mitigación del cambio climático similar al de los proyectos integrados de conservación y desarrollo en la conservación de la biodiversidad: un concepto paraguas para un conjunto muy diverso de acciones.

En cuanto a los efectos de REDD+ en el bienestar local (en los ingresos, el consumo, los activos, etc.), fueron menores que los efectos medioambientales o incluso fueron nulos. Los efectos positivos medios fueron generalmente mayores para los ingresos y gastos de los hogares locales que para el bienestar subjetivo de la población local, lo que refleja la frecuente decepción frente a las grandes expectativas iniciales que REDD+ había suscitado a nivel local. También en este caso importó el diseño innovador. Diferenciar los pagos de REDD+ entre los beneficiarios (por ejemplo, con respecto a sus costes de oportunidad variables de conservación) en lugar de pagar tasas uniformes potenciaría los impactos socioeconómicos, lo que incluiría abordar mejor las cuestiones de equidad local.

Cuando comparamos estos impactos con los de otras acciones de conservación, como las áreas protegidas o la certificación, los resultados de REDD+ en materia de impacto ambiental fueron medios: ni mejores ni peores que la norma. Aun así, los impactos heterogéneos parecen importantes a medida que las intervenciones de REDD+ se amplían a niveles jurisdiccionales. Si los ejecutores a múltiples escalas pueden aprender las lecciones adecuadas de la primera generación de REDD+ –incluidos esfuerzos más específicos en áreas críticas, mejores contratos, una estrategia a largo plazo más clara y una mayor fiabilidad del mercado– las futuras intervenciones podrían lograr mayores impactos.

Las dos últimas décadas de REDD+ ofrecen una experiencia de aprendizaje matizada pero valiosa. Aunque no ha dado los resultados tan espectaculares que se esperaban, ha contribuido notablemente a la conservación de los bosques, sobre todo en las regiones donde se han ejecutado proyectos científicamente sólidos y bien diseñados. Estos primeros esfuerzos aportan lecciones fundamentales a medida que REDD+ se amplía: una orientación más inteligente, una mayor estabilidad financiera y compromisos a largo plazo con resultados medioambientales y socioeconómicos. Con estas mejoras, las futuras iniciativas REDD+ tienen el potencial de convertirse en una herramienta más poderosa en la lucha contra la deforestación y en un modelo de acción climática sostenible y equitativa.

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