BOGOR, Indonesia — Debemos adaptar constantemente nuestras organizaciones para poder enfrentar los rápidos cambios sociales y ambientales si queremos lograr avances reales en la protección de los bosques y lograr la sostenibilidad, según Eduardo Brondízio, profesor de antropología de la Universidad de Indiana.
“Nuestros esfuerzos por lograr un equilibrio entre desarrollo y conservación en las regiones con bosques se basan hoy por hoy en premisas insostenibles”, dijo Brondízio en una entrevista con Los bosques en las noticias. “Tenemos que enfrentar —tanto en la teoría como en la práctica— varios desequilibrios y conceptos erróneos”.
Brondízio es uno de los seis panelistas que presentaron ‘grandes ideas’ en en el Coloquio sobre los Bosques y el Clima: Nuevo pensamiento para el cambio transformador en la Universidad de Columbia de Nueva York el 24 de septiembre, evento durante el cual se plantearon interrogantes en las que la gente puede no haber estado pensando, “las clases de preguntas que nos obligan a pensar en los próximos 10, 20 años”.
También advirtió no idealizar la pobreza y aceptar condiciones de vida pobres como “una cultura” a la hora de examinar el desarrollo económico en las regiones forestales.
A continuación, una transcripción editada de la entrevista.
Más acerca del coloquio: Otros ponentes son John Holdren sobre energía, Carlos Nobre sobre variabilidad del clima, Dan Nepstad sobre uso de la tierra, Cheryl Palm sobre agricultura y Pushpam Kumar sobre economía verde. Obtenga más información here.
¿Cuál es la ‘gran idea’ que estará usted debatiendo en el Coloquio sobre los bosques y el clima?
Vivimos en una época de cambio acelerado. La tecnología, la infraestructura, los ajustes estructurales, el crecimiento poblacional, los patrones de consumo, el clima, la comunicación y la movilidad contribuyen a una mayor presión sobre el medio ambiente y están reconfigurando los paisajes forestales, especialmente en las zonas tropicales.
No hemos podido cambiar la economía política del extractivismo, que… promueve el valor agregado lejos de las áreas donde se generan los recursos.
En este contexto, es increíble ver cuánto hemos avanzado en los últimos 20 años reconociendo la importancia de los bosques, desarrollando instituciones para protegerlos y gestionarlos, y reconociendo el papel y el valor de las poblaciones indígenas y rurales. También es sorprendente ver cómo se repiten los problemas estructurales que han limitado la eficacia de estas instituciones y los beneficios del desarrollo, tan necesarios en estas regiones.
Pero esta es la realidad que vivimos hoy en día, y necesitamos tanto una visión a largo plazo como repensar y adaptar continuamente nuestras instituciones frente a los desafíos de una sociedad y un medio ambiente cambiantes. La Amazonia, donde he trabajado durante los últimos 25 años, es un microcosmos de estos avances y problemas, un microcosmos que es un espejo de muchas otras regiones del mundo.
Así que si bien hemos progresado enormemente, nuestros esfuerzos por reconciliar el desarrollo con la conservación en las regiones forestales se basan hoy por hoy en premisas insostenibles. Tenemos que enfrentar —tanto en la teoría como en la práctica— varios desequilibrios y conceptos erróneos.
Estos son algunos de los puntos, desarrollados en colaboración y publicaciones con colegas, sobre los que quiero llamar la atención.
¿Cuáles son estos desequilibrios?
El primero es un desequilibrio entre las instituciones de gobernanza.
Uno de los esfuerzos más visibles y exitosos para disminuir el impacto del desarrollo sobre la biodiversidad en los últimos 20 años ha sido la implementación de diferentes clases de áreas protegidas y reservas indígenas. La escala, la velocidad y el impacto han sido increíbles: desde insignificantes hasta más de la mitad de la superficie del suelo en algunas regiones.
La investigación sugiere que en el caso de países como Brasil, los beneficios más significativos por la reducción de las emisiones de carbono han provenido de la deforestación evitada en áreas protegidas y gestionadas por comunidades locales.
Pero a medida que las propiedades agrícolas y las ciudades van creciendo, estas áreas se están convirtiendo cada vez más en islas de conservación en medio de áreas de cambio; los sistemas diseñados para gobernarlas solo pueden lidiar de manera limitada con las presiones que están surgiendo por todas partes.
Hasta el momento, las reservas y los parques han tenido éxito como una respuesta rápida frente a la presión ejercida por el crecimiento de la agroindustria y las materias primas extractivas, pero es preciso reconsiderarlos si queremos que sigan protegiendo los paisajes forestales.
Así que ahora necesitamos nuevas formas de pensar la conservación a nivel de paisaje, para identificar instituciones que puedan conectar sistemas de gobernanza diferentes.
El segundo es un desequilibrio de valores.
Hemos avanzado mucho en el reconocimiento del valor de los servicios ecosistémicos y las funciones ambientales, así como los valores intangibles de la naturaleza. Pero no hemos podido cambiar la economía política del extractivismo, que busca una rápida tasa de retorno a bajo costo y promueve el valor agregado lejos de las áreas donde se generan los recursos.
Compensar a la gente —a través de pagos por servicios ambientales, incluyendo REDD+— simplemente no ha sido suficiente para lidiar con la escala de las necesidades de desarrollo en las regiones boscosas. Tenemos que ir más allá de las economías de subsidios. Para ello es necesario reconsiderar la manera en que pensamos acerca de las economías de recursos, desde la ruta de extracción y exportación todavía dominante hasta llegar a un énfasis en la transformación y agregación de valor.
Si no añadimos valor a los recursos a nivel local, no vamos a cambiar la ecuación de degradación ambiental, pobreza y subdesarrollo de las áreas forestales tropicales de todo el mundo.
El tercero es un desequilibrio entre representación y expectativas.
Desde la década de 1980, hemos visto grandes avances en lo que se refiere a la valoración de los derechos de los pueblos indígenas y locales que están a cargo de la conservación de los paisajes forestales en muchas regiones del mundo.
Pero cada vez más somos testigos de una idealización de los usos indígenas como ‘ecológicamente nobles’, y económicamente “congelados” en el tiempo. Y eso no es lo que encontramos en la realidad.
En el caso extremo, corremos el riesgo de idealizar la pobreza y aceptar las condiciones de vida pobres como una ‘cultura’. No podemos ignorar los deseos y expectativas que tienen las personas; ellas también quieren mejorar su vida, y corremos el riesgo de crear un conflicto basado en la distorsión y la discordancia de expectativas.
Afortunadamente, también hay una importante movilización de las comunidades indígenas y locales para que se oiga su voz y se aborden sus necesidades.
¿Qué le gustaría que la gente se lleve de este evento?
Espero que la gente lleve a casa una visión positiva de nuestra capacidad para afrontar estos desafíos, pero también el reconocimiento de que tenemos que enfrentar problemas estructurales profundos y recurrentes. En 20 años, es impresionante el grado de organización, acción colectiva y cambios de comportamiento alcanzados: el reconocimiento de los derechos de las personas, así como la creación de instituciones democráticas y mecanismos para tratar las cuestiones ambientales y sociales. Aún queda mucho por hacer, pero hemos logrado importantes avances.
Hemos avanzado mucho en la valoración de los recursos y servicios ecosistémicos y el otorgamiento de derechos a las comunidades locales que viven en áreas de conservación productivas. La evidencia nos muestra ahora —y la gente debe saber esto— que esto no es económicamente sostenible.
Sin embargo, el proceso de lidiar con el cambio climático y otros cambios globales es continuo. Las instituciones no duran. Tenemos que adaptarlas y modificarlas constantemente para lidiar con la realidad cambiante de la sociedad en una época de cambio climático y aceleración social.
¿Por qué son importantes eventos como este?
Espero que la gente se plantee interrogantes en que la que puede no estar pensando.
Estas son las clases de interrogantes que nos obligan a pensar en los próximos 10, 20 años. Hemos logrado mucho en conservación forestal, gobernanza de la tierra y adaptación al cambio climático, y ahora podemos ver los límites de eso.
Hemos avanzando mucho en la valoración de los recursos y servicios ecosistémicos y el otorgamiento de derechos a las comunidades locales que viven en áreas de conservación productivas. La evidencia ahora —y la gente debe escuchar esto— es que esto no es económicamente sostenible. Hay otros usos que compiten entre sí que comenzarán a presionar sobre el recurso. Si no pensamos en una nueva era de industrialización descentralizada y sostenible, donde transformemos los recursos lo más localmente posible, seguiremos exportando materias primas desde las áreas más ricas en recursos pero socialmente más pobres del mundo, y dejando de lado los costos.
La gente tiene, con las mejores intenciones posibles, ideas románticas sobre los diferentes grupos sociales y culturas, y lo que esperan de ellos. Y es importante que desarticulemos la idea de que los valores y conocimientos locales e indígenas no son compatibles con las expectativas de mejora económica y acceso a bienes y servicios. Debemos reconocer el valor de las comunidades locales y grupos indígenas por lo que son, no por la forma en que pueden servir a nuestros estereotipos idealizados.
Un foro como este busca ser provocador. Busca plantear nuevas interrogantes y quizás sacar a la gente de su zona de confort, pero introducirla al mismo tiempo a un diálogo constructivo para que podamos afrontar la intersección de nuevos y viejos desafíos, y considerar críticamente lo que ellos implican.
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