“Qu’ils mangent de la brioche” (Que coman pasteles) es la frase supuestamente pronunciada por una gran princesa (aunque a menudo se le atribuye a María Antonieta) al enterarse de que los campesinos franceses no tenían pan.
En nuestra opinión, esta es una respuesta similar a la que parece provenir de algunos sectores con relación al consumo de carne de monte y sus vínculos con el brote de la enfermedad del virus del ébola (antes conocida como fiebre hemorrágica del ébola).
Lograr un consumo sostenible de carne de monte es una necesidad, y de lejos, la mejor opción disponible para la conservación de la biodiversidad, los medios de subsistencia locales, la seguridad y la autosuficiencia alimentaria.
Varios artículos de opinión han aparecido en revistas de renombre como New Scientist y The Ecologist sugiriendo que se podrían haber evitado los brotes de la enfermedad del virus del ébola si la gente hubiera dejado de comer carne de animales silvestres. Este argumento es poco sólido.
Una de las explicaciones para este juicio erróneo tiene que ver con lo que parece ser un malentendido general acerca de las enfermedades humanas, sus orígenes, y lo que tenemos que hacer para convivir con ellas.
Hoy sabemos que entre un tercio y la mitad de todas las enfermedades infecciosas humanas tienen un origen zoonótico, es decir, son transmitidas por animales. También hay evidencia de que desde 1980, en promedio, cada ocho meses ha aparecido una nueva enfermedad infecciosa emergente (EID) entre los humanos, la mayoría de ellas debido a zoonosis originadas en la fauna silvestre.
Durante la última década, la altamente patógena cepa H5N1 de la gripe aviar ha recibido considerable atención como una EID con potencial pandémico humano. Actualmente, el virus H5N1 no se transmite eficientemente de una persona a otra, sin embargo, hasta la fecha, sus impactos más graves han sido en las aves de corral: millones de aves domésticas han muerto por la infección, y más de 230 millones de aves fueron sacrificadas para contener la propagación del virus.
El H5N1 ha sido reportado en aves de corral procedentes de más de 50 países, sin embargo, la producción mundial de pollos no parece haberse visto afectada. De hecho, el consumo anual de carne de pollo por persona durante el 2014 supera los 40 kilogramos (kg) en América, en comparación con una cifra global de alrededor de 15 kg. En términos generales, se estima que el consumo de pollo en todo el mundo siga aumentando a medida que aumenta la demanda mundial de proteínas de bajo costo, en especial en países en desarrollo como consecuencia del crecimiento demográfico y el aumento de los ingresos de los consumidores.
Así es que, si tomamos como referencia el caso del H5N1 —y podríamos considerarlo el resultado de una combinación insalubre de diversos virus y alimentos humanos, exactamente igual que en el ébola y la carne de monte—, ¿por qué no hay reclamos iracundos pidiendo que se detenga el consumo de carne de pollo? De hecho, en ningún momento durante el brote de H5N1 se planteó firmemente algún argumento para frenar el consumo de pollo frito de ciertas marcas icónicas que hoy se encuentran incluso en los lugares más remotos del planeta.
Y, por supuesto, las reacciones impensadas nunca son correctas. Por lo tanto, cualquier incautación sobre la carne de pollo habría sido precipitada y sin sentido, a pesar de que muchas personas han muerto (con tasas de casos fatales probablemente inferiores a la realidad, dada la posibilidad de un importante subreporte).
Esto no quiere decir, por supuesto, que el grave impacto del ébola en la vida silvestre y las personas deba ser subestimado de ninguna manera.
UN DOBLE IMPACTO
Pero parece ser que utilizamos diferentes criterios cuando hablamos de la fauna silvestre africana. Los agentes infecciosos en productos alimenticios suceden en cualquier parte del mundo. Recordemos la vigilancia constante que debemos mantener para disminuir el impacto de bacterias como la salmonella y la campylobacter, de virus como el norovirus o el virus de la hepatitis A, de parásitos como la trichinella o incluso la encefalopatía espongiforme bovina priónica (EEB) del ganado que se transmite a los humanos a través del consumo de carne contaminada. Esta presencia no ha restringido el consumo de nadie ni en Europa ni en América . La presencia de zoonosis transmitidas por alimentos en los países más desarrollados es monitoreada y analizada anualmente por las autoridades pertinentes, y se toman acciones cuando es necesario.
Entonces, ¿por qué insistimos en que los africanos cesen su consumo de animales silvestres? Sabemos que el consumo de carne de monte —a diferencia, por ejemplo, de manipular el cadáver de un animal sin cocinar— no es una vía de transmisión del ébola a los seres humanos. Por lo tanto, educar a los consumidores y a los cazadores sobre sus riesgos para la salud, a la par que se instituyen mecanismos para esterilizar el producto final, podría seguir permitiendo la utilización de lo que es una valiosa fuente de proteínas para muchos.
El estimado de consumo de carne de monte en la cuenca del río Congo es de más de 4 millones de toneladas por año —carne que se utiliza para alimentar a cerca de 100 millones de personas—. Por lo tanto, lograr un consumo sostenible de carne de monte es una necesidad, y de lejos, la mejor opción disponible para la conservación de la biodiversidad, los medios de subsistencia locales, la seguridad alimentaria y la autosuficiencia alimentaria.
Prohibir y controlar estrictamente la venta de especies en peligro de extinción o en situación de riesgo en los mercados urbanos —pero permitiendo la venta continuada de especies resistentes en zonas rurales— debe seguir siendo una prioridad. Y, por el bien de los seres humanos, salvaguardar adecuadamente la seguridad alimentaria y los aspectos de la salud relacionados con los animales de enfermedades zoonóticas, asegurarán el mayor nivel posible de protección del consumidor y la salud animal.
Solo así pondremos en perspectiva el argumento de la carne de animales silvestres en África. La adhesión a un dogma, que aboga por una mentalidad mal dirigida de “Conservación de la Fortaleza” donde los animales son lo único que importa en todo un continente, es equivalente a expresar las infames palabras de aquella noble francesa: “Que coman pasteles”.
Robert Nasi es director general adjunto del Centro para la Investigación Forestal Internacional (CIFOR). John E. Fa es profesor visitante del grupo ICCS (Conservation Science) en el Imperial College de Londres.
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