Nota del editor: Esta es una versión traducida de un artículo originalmente publicado en The Guardian.
Éliane Ubalijoro es CEO de CIFOR-ICRAF y Directora General de ICRAF.
Como una mujer en la cima de mi campo, me emociona ver que otras son galardonadas. Sus logros son vitales para inspirar a más niñas y jóvenes a soñar en grande y superar las barreras.
En los últimos cuatro años, se podría pensar que ha habido una avalancha de mujeres destacando en el campo de la ciencia.
Hemos visto a media docena de mujeres recoger premios Nobel en fisiología o medicina, física y química. Sus asombrosos logros van desde la contribución de Katalin Karikó al desarrollo de vacunas de ARNm contra el Covid-19 hasta el codescubrimiento por Andrea Ghez de un agujero negro supermasivo en el centro de nuestra Vía Láctea.
En 2020, vimos el primer premio Nobel de ciencia ganado por dos mujeres solas –sin compartir el honor con un hombre– después de que Jennifer Doudna y Emmanuelle Charpentier revolucionaran el estudio de la genética con el desarrollo de la edición del genoma Crispr, lo que abre esperanzas para el tratamiento de muchas enfermedades.
Entonces, ¿qué está pasando? ¿Ha habido un cambio de actitud hacia las mujeres en la ciencia?
Aunque la celebración pública de las mujeres que alcanzan la cima de sus carreras científicas seguramente anima a las niñas en la escuela, es demasiado fácil pasar por alto las persistentes barreras que dificultan el acceso a la profesión. Por cada mujer que consigue desafiar los estereotipos de género y hacer carrera en la ciencia, miles no lo consiguen, porque son desanimadas por profesores o padres, carecen de la confianza suficiente para dar el primer paso o se les niega una atención sanitaria adecuada y derechos reproductivos.
Ahora tenemos un Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia (11 de febrero) que sirve de recordatorio de que aún queda mucho trabajo por hacer para corregir el desequilibrio de género y ofrecer oportunidades a todos los que quieran seguir una carrera científica. Al fin y al cabo, los días internacionales de la ONU no son meras celebraciones, sino que pretenden concientizar sobre “asuntos de interés”.
En 2023, las mujeres representaban solo el 35 % de todos los graduados en campos relacionados con la ciencia, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas (Stem), mientras que solo el 12 % de los miembros de las academias nacionales de ciencias son mujeres, según la ONU. Las mujeres y niñas marginadas – incluidas las indígenas y las afrodescendientes, personas con discapacidad, las que viven en zonas rurales y las que se identifican como LGBTQ+– se enfrentan a barreras de acceso aún mayores.
Y luego están los impedimentos socioeconómicos que obligan a muchas personas –independientemente de su sexo, etnia u orientación sexual– a abandonar los estudios simplemente porque no pueden permitírselo o carecen de acceso a atención médica.
Impulsar la educación femenina– no solo en ciencias– depende de la inversión en salud. Más de 500 millones de mujeres y niñas de todo el mundo carecen de acceso a cuidados menstruales seguros, lo que les hace perder días de clase y de trabajo. Cuando la mitad de la población no puede acudir, no puede participar como agente de cambio, esto repercute en toda la sociedad y socava una transición inclusiva en materia de género hacia un futuro sostenible.
A falta de igualdad de condiciones, las mujeres y las niñas tienen que superar las adversidades. Y aquí es donde los modelos y referentes pueden ser una fuente vital de inspiración.