Mantener los bosques andinos y amazónicos en equilibrio es crucial para evitar que se crucen puntos de inflexión ecológicos para los biomas de la región. El “megafondo” para la conservación de los bosques tropicales propuesto por el Presidente Lula de Brasil en la COP28 es una gran oportunidad para hacer las cosas bien y aprovechar las innumerables “conexiones forestales” de las que todos dependemos.
La sequía se ha apoderado de la cuenca del Amazonas este año, con los niveles de agua más bajos en un siglo cerca de Manaos (Brasil) y la temperatura del agua inusualmente alta, sospechosas de ser la causa de la muerte de más de 100 delfines en el remoto lago Tefé. Esta sequía extrema es una imagen aleccionadora de lo que podría acechar a la mayor selva tropical del mundo si las temperaturas globales siguen aumentando.
La actual sequía es un ejemplo de la cascada de consecuencias derivadas de una combinación de patrones climáticos naturales, calentamiento global, deforestación y actividad humana.
Más del 20 % de la Amazonía brasileña ya ha sido deforestada, y alrededor de un tercio del bosque restante está muy degradado y es más susceptible a los incendios. La deforestación, especialmente en el llamado “arco de deforestación” o “arco de fuego” –que se extiende desde el sureste de Maranhão, en Brasil, hasta el norte de Bolivia– eleva significativamente la temperatura local del aire a distancias de hasta 100 kilómetros. En las últimas cuatro décadas, la combinación del aumento de las temperaturas y la deforestación ha incrementado la duración de la estación seca hasta en un mes en la parte sur de la cuenca, lo que también aumenta la duración de la temporada de incendios.
La combinación del aumento de las temperaturas globales, la reducción de las precipitaciones, el aumento de las temperaturas locales debido a la tala de bosques para pastos o cultivos, y la construcción de carreteras, aumenta el riesgo de que partes del bosque restante pasen un “punto de inflexión” ecológico, se vuelvan progresivamente más secas y se conviertan en una sabana, o algo parecido a los biomas más secos que existen en Brasil, como el Cerrado. Un bosque más seco no solo arde con más facilidad, sino que también libera menos humedad, lo que reduce aún más las precipitaciones. El aumento de las temperaturas sobre la tierra puede afectar a la producción agrícola de los pequeños agricultores, incentivando una mayor invasión de los bosques: es decir, un círculo vicioso.
Esto confiere una urgencia añadida a la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2023, o COP28, celebrada en Dubai (EAU) y las negociaciones que siguen próximamente. Es crucial que los delegados comprendan lo que está en juego en la cuenca del Amazonas, y el apoyo que se necesita para detener la deforestación y proteger los medios de vida de los habitantes de la región, especialmente los pueblos indígenas y las comunidades tradicionales. Todos debemos comprender cómo y por qué dependemos, en muchos sentidos, de la Amazonia, aunque vivamos lejos de ella. Proteger la Amazonia es protegernos a todos.
Tomemos el ejemplo del ciclo del agua que la selva amazónica desencadena en todo el continente sudamericano, con “ríos voladores” que recogen el vapor de agua reciclado de los árboles y transportan la humedad a lo largo de miles de kilómetros, en lo más profundo del continente y lejos de las costas oceánicas, proporcionando el agua que tanto necesitan el maíz y la soya de secano en el sur de Brasil y el norte de Argentina. La selva amazónica es el sistema de irrigación natural de la despensa de Sudamérica.
No cabe duda de que estamos poniendo en peligro la Amazonía y todos los equilibrios que alimenta. Tampoco hay duda de que está en nuestras manos frenar este cambio e invertir su curso.
En la COP28, el Presidente de Brasil, Luis Ignacio Lula da Silva, propuso la creación de un nuevo mecanismo de 250 000 millones de dólares para conservar las selvas tropicales del mundo.
Hacemos aquí un llamado a un enfoque bidireccional.
En primer lugar, centrarse en los bosques en pie, y en los pueblos indígenas y comunidades locales que viven en ellos, reconocidos desde hace tiempo como la mejor arma contra el fuego y la deforestación, y como guardianes de una inmensa reserva de biodiversidad. Queda mucho por hacer para restaurar los bosques que están en pie, pero degradados, y aprovechar el potencial de los “bosques en pie” para la bioeconomía.
En segundo lugar, hay que centrarse en las fronteras entre las explotaciones agrícolas y los bosques de la Amazonía, y aplicar modelos probados de uso de la tierra en estas zonas “amortiguadoras”, fomentando los paisajes en mosaico, la agricultura regenerativa y la agroforestería.
Para ello, existe una miríada de sistemas de producción rentables y diversificados generados a partir de la socio-biodiversidad local –otro componente clave de la bioeconomía– que incluye elementos como cultivos nativos, árboles frutales, palmeras y árboles madereros. Tales sistemas pueden actuar como “escudos vivientes” para zonas de bosques intactos. Los “agrobosques” son mejores vallas para las zonas protegidas que el ganado o la soya, a la vez que proporcionan a las poblaciones locales un mayor valor económico que la agricultura extensiva, basada en las materias primas, y aportan más diversidad dietética a los sistemas alimentarios locales, regionales y nacionales, lo que resulta en una mejor nutrición.
También permiten regular mejor la temperatura y el ciclo del agua. Un ejemplo de ello fue el período de tres meses sin lluvias que se vivió este año en Tomé-Açu, en el estado brasileño de Pará, donde CIFOR-ICRAF está apoyando la implantación de sistemas agroforestales, y donde los árboles de cacao bajo cubierta agroforestal sobrevivieron a la sequía, mientras que muchos de sus homólogos convencionales “a pleno sol” se secaron y murieron.
El “megafondo” de Lula es una oportunidad para valorar y proteger los equilibrios críticos que los bosques en pie pueden garantizar gracias a todas las interconexiones que se originan en ellos: para el agua, para alimentos más diversos y una mejor nutrición, y para la biodiversidad –entre otras muchas cosas–. Cada una de estas “conexiones forestales”, si se valoran adecuadamente y se integran en el fondo, pueden actuar como razones adicionales para proteger la propia Amazonía.
Con demasiada frecuencia, las políticas de conservación, silvicultura y agricultura se diseñan aisladas unas de otras, lo que hace que su aplicación sea conflictiva. El nuevo fondo ofrece la oportunidad no solo de financiar la protección de los bosques, sino también de proteger a todos los que dependemos de ellos: en primer lugar, las comunidades locales y los pueblos indígenas que viven en ellos, pero también cada uno de los que nos beneficiamos a distancia –a menudo sin saberlo, pero de manera crucial– de las conexiones forestales.
- Robert Nasi es el Gerente de Operaciones de CIFOR-ICRAF y Director General de CIFOR.
- Vincent Gitz es director de programas y asociaciones de CIFOR-ICRAF y director para América Latina.
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