A pesar de todos los avances tecnológicos y de información de las últimas décadas, hasta ahora no hemos logrado alimentar a la población mundial de manera suficiente, segura, nutritiva y sostenible.
Más de dos mil millones de personas sufren de inseguridad alimentaria; casi 700 millones están desnutridos; y se estima que el 39 % de la población adulta tiene sobrepeso u obesidad.
Un factor importante en estos desafíos para la salud se encuentra en la grave falta de diversidad alimentaria: solo 15 plantas proveen al 90 % de la humanidad de la ingesta energética de alimentos que necesita y no se producen suficientes alimentos ricos en nutrientes para todos. En consecuencia, solo 40 países, que representan el 26 % de la población mundial, tienen un suministro suficiente de frutas y verduras para cumplir con el consumo diario recomendado.
Mientras tanto, nuestro sistema alimentario mundial genera más de un tercio de las emisiones antropogénicas mundiales de gases de efecto invernadero; utiliza alrededor del 70 % del de agua dulce extraída; y es responsable de aproximadamente una cuarta parte de la acidificación de los océanos, junto con el grave agotamiento del suelo y la destrucción de los hábitats naturales y la biodiversidad.
“Cada vez es más evidente que solo una transformación radical de los sistemas alimentarios pondrá fin al hambre y la desnutrición en el mundo y revertirá a límites aceptables el daño ambiental que nuestros sistemas alimentarios ya han causado”, afirman los autores de un nuevo artículo publicado en la revista The Lancet Planetary Health.
“Un nuevo sistema alimentario mundial debe producir mayores cantidades de una gama más diversa de alimentos ricos en nutrientes en lugar de solo proporcionar más calorías. También debe producir estos alimentos diversos de manera sostenible, cambiando las trayectorias actuales de degradación para que la producción agrícola actúe como un sumidero neto de carbono y reservorio de biodiversidad”, destacan.
Entonces, ¿cómo podemos ayudar a que se produzca ese cambio?
Como subrayan los autores, los árboles y los bosques representan una parte crítica, pero aún poco reconocida, de la solución.
Hasta la fecha, esto se ha pasado por alto en gran medida en las conversaciones sobre la transformación del sistema alimentario “debido a la ausencia de un enfoque integral y amplio que abarque todo el conjunto de sistemas alimentarios, los problemas relacionados con la medición y el registro de las múltiples contribuciones de los árboles y los bosques, y un enfoque en los bosques como fuentes de madera en lugar de alimentos… Una perspectiva que consideramos en peligro de ser replicada erróneamente en los discursos actuales de la comunidad internacional de desarrollo que ven a los árboles y bosques principalmente como reservas globales de carbono”, escriben los autores.
“Nos ha sorprendido y decepcionado que, a pesar de todo lo que hemos aprendido y de lo que nos parece que son las funciones evidentes e importantes de los bosques y los árboles, todavía parecen ignorarse en gran medida”, señaló Amy Ickowitz, autora principal del estudio y científica sénior del Centro para la Investigación Forestal Internacional y el Centro Internacional de Investigación Agroforestal (CIFOR-ICRAF).
“Conservar los bosques y promover los árboles para la seguridad alimentaria y la nutrición son algunas de las formas obvias de lograr que todos ganen, sin embargo, son soluciones poco comunes al abordar los tremendos desafíos de la desnutrición global, la disminución de la biodiversidad y el cambio climático”, dijo.
“Por supuesto, existen obstáculos (institucionales, económicos y logísticos), pero todos pueden abordarse una vez que haya un acuerdo con respecto a que los sistemas alimentarios deben ser empujados en esta dirección. En nuestro artículo ofrecemos algunas sugerencias de cómo hacerlo”.
Los aportes de los árboles y bosques
Los autores destacan las múltiples formas en que los árboles y los bosques actualmente contribuyen a dietas saludables y sistemas alimentarios sostenibles.
La cubierta arbórea, por ejemplo, se ha relacionado con una mayor diversidad dietética y un mayor consumo de alimentos ricos en nutrientes, como frutas y verduras. Todas las nueces y más de la mitad de todas las frutas consumidas por humanos crecen en los árboles. Los bosques proporcionan fuentes particularmente importantes de alimentos silvestres, incluidas frutas, verduras y carne, para unos 1600 millones de personas en todo el mundo que viven a menos de cinco kilómetros de ellos. Los árboles y los bosques también proporcionan forraje para los animales, apoyando la producción de carne y leche.
Los árboles y los bosques también proporcionan combustibles de madera, que son una fuente importante de energía para cocinar para alrededor de 2400 millones de personas, lo que permite el consumo de alimentos ricos en nutrientes como carnes y legumbres. También proporcionan ingresos que pueden respaldar la seguridad alimentaria y la nutrición, por ejemplo, mediante el cultivo y la venta de cultivos arbóreos como el café y el cacao; la promoción de empleo en el sector de la explotación maderera o el ecoturismo; y la recolección y venta de productos forestales no madereros.
Además, la agricultura se beneficia de los servicios ecosistémicos que brindan los árboles y los bosques, no solo por ser el hábitat de los polinizadores, sino también debido a su rol clave en la regulación de plagas y enfermedades, el control del microclima, el ciclo del agua y los nutrientes, el secuestro de carbono, la protección contra la erosión del suelo y la fijación de nitrógeno.
De igual manera, los árboles y los bosques contribuyen a la estabilidad y resiliencia de los sistemas alimentarios, por ejemplo, a través de su tendencia a sobrevivir mejor que los cultivos anuales a los fenómenos meteorológicos extremos. Entre otros aspectos, se resalta su papel en el apoyo a las dietas en los periodos de escasez mediante el suministro de alimentos silvestres; su capacidad para llenar los vacíos estacionales en la producción de alimentos; y la “red de seguridad” que brindan en términos de ofrecer productos madereros y no madereros que pueden venderse para generar ingresos.
“Ya sea que se consuman directamente como alimento o se vendan para comprar alimentos, los productos forestales y de los árboles son, en muchos casos, los únicos recursos accesibles para las mujeres y otros grupos marginados cuando sobrevienen las dificultades y, por lo tanto, son recursos clave para reducir sus vulnerabilidades”, afirman los autores.
Áreas clave de intervención
Para maximizar los múltiples beneficios de incluir árboles y bosques de manera más amplia y explícita en la transformación del sistema alimentario, los autores enumeran cuatro áreas clave de intervención.
En primer lugar, recomiendan aumentar la escala de las soluciones existentes dentro sistema agrícola basado en árboles con base en los conocimientos actuales. Muchas de estas soluciones aún no se están adoptando a escala suficiente para tener un impacto decisivo, pero podrían hacerlo con el apoyo adecuado. En muchos casos, esto requerirá una tenencia segura de los bosques y la tierra, “lo cual aún no es el caso para muchos arboricultores”, escriben.
“Para que sean efectivas, las medidas para aumentar la seguridad de la tenencia de la tierra deben estar conectadas con incentivos para prácticas sostenibles, incluido el mantenimiento de árboles en las fincas”.
También se encontró que los factores impulsores para la adopción de medidas agroforestales son altamente específicos para cada contexto, lo que destaca la importancia de trabajar y aprovechar el conocimiento local existente en cualquier tipo de intervención agroforestal.
En segundo lugar, los autores recomiendan reorientar las inversiones agrícolas de cultivos básicos a alimentos más diversos y ricos en nutrientes.
Durante el último medio siglo, los cultivos básicos, como el trigo, el maíz y el arroz, han recibido miles de millones de dólares en inversiones, lo que ha mejorado su productividad y ha reducido sus precios de compra en comparación con los de alimentos más importantes desde el punto de vista nutricional, como frutas, frutos secos y verduras. Para aumentar el consumo de estos, será fundamental mejorar su productividad y reducir sus costos, además de utilizar la educación y el marketing social para crear conciencia de los beneficios para la salud y el medio ambiente de otras opciones de alimentos.
En tercer lugar, es necesario reorientar los incentivos de producción y consumo hacia alimentos ricos en nutrientes y prácticas de producción más sostenibles. Esto requerirá cambios de política a nivel nacional e internacional. En la actualidad, los incentivos como el apoyo directo a los precios y las subvenciones específicas a los fertilizantes distorsionan la producción hacia los cultivos básicos.
“Estos incentivos deben reducirse o eliminarse y deben implementarse intervenciones directas e indirectas de precios por parte de los gobiernos, que están diseñadas para considerar más de cerca las necesidades nutricionales y los impactos ambientales”, escriben los autores.
Dichos subsidios podrían reorientarse hacia la producción de alimentos ricos en nutrientes y la integración de árboles en las parcelas.
En cuarto lugar, los objetivos de alimentación y nutrición deben integrarse explícitamente en las prácticas y políticas de restauración y conservación de bosques. La agenda mundial de restauración forestal hasta la fecha ha estado dirigida en gran medida hacia las metas de mitigación de carbono. Sin embargo, las iniciativas de restauración que se centran demasiado en ese objetivo, y descuidan las necesidades de la población local, a menudo fracasan. Plantar árboles alimentarios, escriben los autores, podría ayudar a abordar múltiples objetivos a la vez, apoyando la participación local y los medios de vida sostenibles junto con la captura de carbono.
Como aclaran los autores, los árboles y los bosques ya contribuyen positivamente a las dietas y los ecosistemas en todo el mundo y existe el potencial de aumentar mucho más esas contribuciones para abordar nuestras múltiples crisis.
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