¿Sostenible o insostenible? Reflexiones en torno al debate sobre los bosques y la bioenergía
Durante el pasado mes, se ha reavivado un intenso debate académico e internacional acerca de la utilización a gran escala de la madera para producir energía; en particular, en Europa. Cuando acordamos que el tema para el Día Internacional de los Bosques celebrado el pasado 21 de marzo sería “Bosques y Energía”, no teníamos idea de que se generaría una ocasión tan propicia para compartir cómo los bosques y la biomasa pueden producir la energía necesaria para sustentar los medios de vida de miles de millones de personas y brindar grandes oportunidades para un futuro climáticamente inteligente.
La bioenergía es la energía producida a partir de la biomasa y de los residuos. En las últimas décadas, su contribución a la matriz energética mundial ha representado cerca de un 10%; es decir, casi el doble de la energía nuclear y cinco veces más que la energía hidroeléctrica, según los valores de referencia de 2014. La mayor parte de la bioenergía proviene de la madera y de las plantas, a menudo en forma de subproductos de la agricultura o de la producción forestal. Cerca de 2,6 mil millones de los pobres del mundo (lo cual equivale a un 40 % de la población mundial) depende de las formas tradicionales de bioenergía para cocinar, como medio de calefacción y para generar ingresos. De este modo, estos tipos de energía se vuelven un factor importante en los medios de vida y en la seguridad alimentaria del mundo.
Si nosotros tenemos como objetivo un futuro sin fósiles y con cero emisiones netas, debemos ver cómo los sistemas biológicos pueden continuar suministrándonos alimentos y energía de manera integrada"
Sin embargo, una vieja controversia ha resurgido con respecto a la relación entre los biocombustibles líquidos y la seguridad alimentaria (consulte, por ejemplo, los estudios realizados por FAO, IFPRI, IIASA y CSA). Los biocombustibles líquidos, como el etanol y el biodiésel, constituyen una pequeña fracción del uso de la bioenergía. Y si bien el uso de tales biocombustibles líquidos ha aumentado en los últimos años, estos aún representan solo un 0,5 % de toda la energía consumida (vea las estadísticas aquí). Los biocombustibles se han vuelto populares entre las políticas gubernamentales, primero como forma de mejorar la seguridad energética nacional y, luego, como una manera de reducir el impacto climático. Los biocombustibles líquidos son particularmente útiles en la industria del transporte. De hecho, algunos estudios recientes demuestran que podrían generar beneficios climáticos inesperados. Sin embargo, la gran cantidad de subsidios ofrecidos para la producción de biocombustibles ha generado interrogantes en torno a la competencia indebida con la producción alimentaria en tierras aptas para la agricultura. En consecuencia, esto ha influido en el precio de los alimentos y en la seguridad alimentaria. Durante la Cumbre Mundial sobre la Alimentación de 2008, se generaron debates fundados en cuestiones socioeconómicas, éticas, ambientales y de derechos. Las políticas en materia de biocombustibles líquidos aún son polémicas, a pesar de que hay expectativas de que la nueva tecnología que utiliza materias primas no alimentarias, como la celulosa, pueda brindar nuevas oportunidades.
Por supuesto, la medida en la cual la producción alimentaria es un factor limitante es motivo de debate. Una posible reflexión es que durante los momentos de mayor inseguridad alimentaria de la historia, utilizábamos una mayor proporción de tierras agrícolas y de producción que en la actualidad para alimentar a nuestros medios de transporte –a saber, bueyes y caballos. Dicho esto, las políticas que brindan subsidios a la producción de biocombustibles –que de otra forma no sería rentable– deben ser examinadas de cerca para evaluar su eficacia, como también su posible competencia desleal con los alimentos.
Recientemente, ha resurgido la controversia acerca del uso de la biomasa de madera para la producción energética a gran escala como forma de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. En este sentido, las políticas y los esquemas de subsidio a gran escala, como por ejemplo los desarrollados por la Unión Europea, se encuentran en el centro de atención.
Un artículo de 2013 publicado en The Economist sostiene que las decisiones políticas tomadas para aumentar la biomasa en la matriz energética de la Unión Europea han causado estragos en el mercado maderero; entre otras cosas, porque aumentan la competencia con las industrias forestales tradicionales. Entonces, el interrogante que se plantea es si es prudente utilizar el dinero de los contribuyentes para alimentar este tipo de desarrollo. Además de las preocupaciones sobre la eficacia de los subsidios, este artículo concluye argumentando que la energía maderera es peor que la obtenida a partir del carbón, en lo que respecta al impacto inmediato sobre el clima. Para apoyar estos argumentos, se citan diversos hallazgos científicos. Convenientemente, el subtítulo del artículo es “Locura ambiental en Europa”. Esta noción de “más sucia que el carbón”, que fue introducida en un documento de promoción de la Real Sociedad para la Protección de las Aves de Reino Unido, parece haber hecho eco en los medios.
No podemos abordar el tema de las emisiones de manera aislada, sino que debemos desarrollar caminos en los que los beneficios climáticos vayan de la mano con una mayor prosperidad y seguridad alimentaria para los sectores menos favorecidos del mundo"
Otras ONG importantes también han criticado a los biocombustibles y a la bioenergía, incluido el Instituto de Recursos Mundiales (WRI). Las discusiones abarcan tanto el aspecto de la seguridad alimentaria, como los beneficios limitados para el clima. Es así, que se observa una tendencia a generalizar y politizar las preocupaciones sobre “la competencia mundial por la tierra” y “la dedicación de tierra a la bioenergía”, las cuales derivan en suposiciones a gran escala con un único objetivo, que crean una falsa dicotomía entre la bioenergía y otros beneficios basados en la tierra.
Entonces, hace un mes, un Informe de la Chatham House reavivó el debate. Al igual que otros aportes anteriores, este trabajo sostiene que el esquema de subsidios de la Unión Europea constituye un mal uso del dinero de los contribuyentes, que los beneficios para el clima son insignificantes y que el uso de madera para la generación de energía es, en general, insostenible y no debe ser caracterizado como “renovable”. El informe fue cuestionado por 125 signatarios en una respuesta de la Agencia Internacional de la Energía, quien sostiene que el análisis y los supuestos se basan de manera incorrecta en tres principales preocupaciones. Desde entonces, el debate continúa involucrando a académicos, activistas y responsables políticos.
Pues bien, ¿qué debemos concluir de este acalorado debate? Uno podría pensar que los diversos medios de comunicación e instituciones, que en otras circunstancias serían creíbles, han adoptado posturas, de forma sorprendente y polarizada, en contra de la bioenergía. ¿Existe alguna manera de conciliar estas dos posturas para poder apoyar un futuro sostenible y climáticamente inteligente?
Al parecer, el debate sobre la bioenergía requiere una perspectiva más amplia y a largo plazo. Sin duda, concentrarse solo en los esquemas de subsidio y la contabilidad asociada relativa a las emisiones de gases de efecto invernadero para alcanzar las metas de las políticas en los próximos años no brinda un panorama global del futuro al cual aspiramos. Si nosotros, por ejemplo, tenemos como objetivo un futuro sin fósiles y con cero emisiones netas, debemos ver cómo los sistemas biológicos pueden continuar suministrándonos alimentos y energía de manera integrada. Y, además, no podemos abordar el tema de las emisiones de manera aislada, sino que debemos desarrollar caminos en los que los beneficios climáticos vayan de la mano con una mayor prosperidad y seguridad alimentaria para los sectores menos favorecidos del mundo. Entonces, debemos aceptar que la bioenergía desempeña un importante papel en el futuro próximo. Y tenemos que reconocer el importante potencial que el desarrollo tecnológico tiene para atender una economía con base biológica, en la cual la energía continuará siendo un subproducto importante. Estos aspectos fueron debatidos en un reciente taller internacional organizado por CIFOR.
Un argumento común en torno a este asunto es que es mejor dejar los árboles en pie que quemarlos. Esta es una idea muy atractiva, pero correcta solo en un horizonte a corto plazo, y si no se ve el bosque por los árboles, por decirlo de alguna manera. El manejo forestal implica, entre otras cosas, que se mantenga la productividad del bosque al tiempo que se aprovechan los árboles para múltiples propósitos, incluida la energía como producto importante. A largo plazo, esto puede generar resultados extraordinarios. En Suecia, por ejemplo, la biomasa del bosque en pie se ha duplicado en los últimos 100 años, mientras que el aprovechamiento sostenible también se ha duplicado. Por lo tanto, la forestería activa puede aportar un mayor secuestro de carbono, más energía renovable y un incremento en el valor económico, ¡todo al mismo tiempo! Estos son los tipos de objetivos a largo plazo y las perspectivas que debemos establecer antes de discutir acerca de los efectos de las políticas a corto plazo.
Necesitamos adoptar una visión equilibrada, a largo plazo y holística de cómo los bosques y los árboles pueden brindar cada vez más energía renovable, limpia, eficiente y moderna, sustentando los medios de vida y un futuro sostenible a nivel mundial"
Dicho esto, también existen cuestiones problemáticas; principalmente, con las formas tradicionales de bioenergía, como la leña y el carbón. Quizás lo más notable sea los problemas de salud generados por la contaminación del aire en los interiores, lo cual se estima ha causado 4,3 millones de muertes prematuras en 2012 —un nivel de calamidad que empequeñece las consecuencias actuales o previstas del cambio climático. Además, las condiciones de trabajo en las cadenas de valor de la bioenergía tradicional, como la del carbón, generalmente son malas y riesgosas. El aprovechamiento insostenible de los recursos madereros para la generación de bioenergía ha provocado la degradación de grandes extensiones de tierra en algunos países. Las emisiones de hollín y de contaminantes pueden significar una amenaza para las comunidades. Todas estas son cuestiones serias que deben —y pueden— ser abordadas, pero que no deben, según mi opinión, ser utilizadas para rechazar la bioenergía y la energía maderera en general como ingredientes importantes de nuestra matriz energética sostenible y de los sistemas integrados de uso de la tierra.
Necesitamos adoptar una visión equilibrada, a largo plazo y holística de cómo los bosques y los árboles pueden brindar cada vez más energía renovable, limpia, eficiente y moderna, sustentando los medios de vida y un futuro sostenible a nivel mundial. Esta es una gran parte de la solución.
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