LIMA, Perú (20 de febrero de 2014) _Ricardo Vásquez Sánchez mira el techo de paja encima de la plataforma enmarcada en madera que es su hogar en las sofocantes tierras bajas de la Amazonía en Perú.
“Si cae una chispa ahí, el fuego se prende de inmediato”, dice.
Es un verdadero peligro, especialmente en los meses más secos del año — junio a septiembre, cuando sus vecinos prenden fuego en los campos y pastizales. Una ráfaga de viento podría llevar el fuego hacia su casa, quemando sus arbustos de cacao y árboles frutales, y forzándolo a salir huyendo con su esposa y las pertenencias que puedan llevar con ellos.
“El fuego es un peligro mayor que limita el desarrollo, la reducción de gases de efecto invernadero y pone en riesgo la seguridad alimentaria y ambiental”, dijo Miguel Pinedo-Vásquez, investigador principal del Centro para la Investigación Forestal Internacional (CIFOR), quien estudia las causas y consecuencias de los incendios cerca a Pucallpa, ciudad peruana con más de 200 mil habitantes, situada en las riberas del Río Ucayali, principal afluente del Río Amazonas.
En la medida en que el cambio climático exacerba la probabilidad de una sequía, los agricultores pueden reducir el riesgo transformando el paisaje en mosaicos formados por campos y bosques, dijo Pinedo-Vásquez. “Los riesgos aumentarán con el cambio climático, los cambios demográficos y los cambios en el uso de la tierra”, dijo. “El incremento en el número de plantaciones de palma de escala industrial está contribuyendo en gran medida a la reducción de los distintos sistemas agrícolas que incluyen a los bosques y la agricultura”.
Los padres de Pinedo-Vásquez emigraron de la sierra andina a una comunidad en las afueras de Pucallpa hace varias décadas, él creció entre los bosques, los campos de yuca, árboles frutales y ríos que daban alimentos, materiales de construcción y cultivos comerciales a familias de agricultores de pequeña escala como la suya.
Por eso él sabe por qué las personas prenden fuegos.
“Tenemos que entender que el fuego no es solamente una práctica que daña el medio ambiente, sino que es la herramienta más barata y práctica para abrir campos agrícolas, controlar las plagas y manejar los pastizales”, dijo.
Las causas del fuego son variadas. Los ganaderos inician fuegos en sus pastizales para controlar las garrapatas que infestan a los animales; los agricultores queman la imperata, hierba invasiva tenaz que tiene un sistema extensivo de raíces, que compite con cultivos como los de yuca, un vegetal de raíz tuberosa con alto contenido de carbohidratos.
La Imperata se quema fácilmente, contribuyendo a los incendios forestales. También vuelve a crecer rápidamente, creando un círculo vicioso, porque los agricultores no tienen otra alternativa más que deshacerse de la hierba quemándola, dijo Pinedo-Vásquez.
Viendo las posibilidades de un nuevo cultivo comercial, algunos agricultores en la región de Pucallpa están transformando sus pastizales en plantaciones de palma aceitera. Y a pesar de que algunas investigaciones indican que las plantaciones de palma pueden tener un riesgo menor de incendios, Pinedo-Vásquez se muestra cauteloso.
“No está claro por qué las plantaciones de palma de edad madura parecen ser más resistentes al fuego” dijo. Podría ser que el dosel cubierto de copas de árboles mantenga más humedad en el suelo, o que los agricultores sean más cuidadosos para controlar los incendios antes de que avancen hacia los árboles valiosos, pero cualquier agricultura intensiva produce residuos del cultivo que podrían convertirse en una fuente peligrosa de ignición durante los períodos secos – situación que puede exacerbarse a medida que las sequías se hacen más frecuentes debido al cambio climático.
Los patrones demográficos también están cambiando, ya que los agricultores de los Andes se trasladan a las tierras bajas de la Amazonía en busca de mejores oportunidades; los recién llegados tienden a vivir con un pie en un área urbana y el otro en el campo. Con frecuencia tienen una charca en el campo que les proporciona ingresos, y una casa en el pueblo que permite a sus familias tener acceso a los colegios y a los servicios de salud, dijo Pinedo-Vásquez.
“Despejan el terreno para cultivos, ganado o plantaciones de palma aceitera, dependiendo de sus oportunidades económicas y de la disponibilidad de los mercados, y podrían no considerar los impactos ambientales negativos,” dijo.
“El cambio en el uso de la tierra y el cambio climático van de la mano”, dijo. “Las personas se adaptan a las oportunidades del mercado, y no siempre son sensibles al cambio climático y al impacto que un problema como la sequía puede tener en las prácticas para la gestión de la tierra, como el uso del fuego”.
Los agricultores pueden hacer que su inversión sea más resistente al cambio climático creando un mosaico de distintos usos de la tierra, incluyendo cultivos, bosques naturales, áreas agroforestales y pastos, explicó.
“Tenemos que pensar sobre la diversificación de paisajes productivos en mosaicos, incorporando a los bosques como cortafuegos y como corredores biológicos o ambientales”, agregó.
“El problema que se plantea es para determinar qué clase de condiciones ambientales necesitamos con el fin de garantizar que las personas se ganen el sustento y al mismo tiempo protejan el medio ambiente”.
Para mayor información sobre los temas tratados en el presente artículo, sírvase contactar a Miguel Pinedo-Vásquez al correo electrónico m.pinedo-vasquez@cgiar.org
Este trabajo forma parte del Programa de Investigación de CGIAR sobre Bosques, Arboles y Agroforestería, y cuenta con el apoyo de la Fundación Nacional de Ciencias.
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