Las trayectorias de crecimiento económico plantean riesgos aún mayores debido a la desestabilización de los bienes comunes globales –es decir, la biosfera, el clima, la criosfera y los ciclos de los nutrientes y del agua-, y las personas que viven en lugares históricamente marginados (por ejemplo, las antiguas colonias), especialmente las que viven en situación de pobreza, están particularmente expuestas.
Los conflictos y la violencia siguen siendo los principales motores de los desplazamientos y movimientos en el África subsahariana según datos de 2022, exacerbados por impactos y peligros climáticos cada vez mayores. Y a nivel global, entre 3000 y 2000 millones de personas se ven afectadas por la degradación de la tierra.
En situaciones vulnerables –ya sean inducidas por conflictos, desastres medioambientales o problemas de gobernanza– las decisiones que la gente toma hoy sobre los recursos naturales, como los árboles, están configurando su capacidad de recuperación futura.
Las pruebas científicas son claras: los árboles y los bosques contribuyen a la resiliencia de las comunidades. Proporcionan servicios ecosistémicos a las personas tanto a escala de parcela como de paisaje. También contribuyen directamente al funcionamiento ecológico del suelo y mitigan los efectos de las malas cosechas durante las sequías. Sin embargo, a pesar de las pruebas inequívocas, las vías para materializar esos beneficios en contextos vulnerables son mucho más complejas que desarrollar la capacidad de las personas para plantar árboles. Los vacíos en el conocimiento y la aplicación de las estrategias de resiliencia basadas en los árboles tienen menos que ver con los tecnicismos y más con la dinámica social.
Como parte de la conferencia anual interdisciplinar sobre investigación en agricultura tropical y subtropical, gestión de recursos naturales y desarrollo rural (Tropentag), celebrada en septiembre de este año, el panel “Árboles, personas y opciones en situaciones vulnerables” reunió a expertos para debatir las complejidades de integrar soluciones basadas en los árboles en los esfuerzos humanitarios y de desarrollo, especialmente en contextos vulnerables.
“El reto consiste en diseñar y aplicar programas humanitarios y de desarrollo que den lugar a paisajes agrícolas que aprovechen los servicios ecosistémicos de los árboles, la agroforestería y la integración de cultivos y la ganadería”, explicó Immaculate Edel, directora de proyectos de nutrición y sistemas alimentarios del Centro para la Investigación Forestal Internacional y del Centro Internacional de Investigación Agroforestal (CIFOR-ICRAF), al presentar el panel. “El éxito de los programas de restauración depende a menudo de las decisiones de la gente”, agregó.
Repensar las estrategias de resiliencia
En situaciones de vulnerabilidad, en las que prevalecen los conflictos, el estrés medioambiental y la incertidumbre, la investigación sobre las aspiraciones de la gente proporciona una mirada crucial a través de la cual se pueden comprender sus necesidades y esperanzas para el futuro. Sin embargo, “en estas condiciones, la vulnerabilidad tiende a reducir el alcance de las aspiraciones, pasando de las visiones a largo plazo de la estabilidad y la resiliencia a las necesidades inmediatas y la urgencia”, afirma Kai Mausch, economista sénior de CIFOR-ICRAF. “En las tierras áridas, el ciclo es desgarrador: los árboles se talan para obtener madera, leña y carbón vegetal, lo que desencadena una cascada de pérdidas ecológicas: suelos degradados, disminución de la productividad y una espiral de pobreza y conflictos”.
Comprender cómo gestionan las comunidades sus tierras, sobre todo en relación con las cuencas hidrográficas y las explotaciones agrícolas, es primordial. No basta con considerar parcelas aisladas, sino que estas decisiones deben verse como parte de un sistema ecológico más amplio e interconectado. Esto exige diseños de programas anidados que puedan adaptarse y escalar desde la parcela individual a todo el paisaje.
“No podemos crear resiliencia trabajando solo con los hogares individuales”, afirma Alex Aweiti, líder de agroecología en CIFOR-ICRAF, haciendo hincapié en la necesidad de que la investigación y los debates agrícolas cambien el enfoque más allá de las intervenciones a nivel de parcela y adopten un enfoque más amplio e integrado.
Pedir a las comunidades que inviertan tiempo y esfuerzo en actividades de restauración, como plantar y gestionar variedades específicas de árboles, requiere que la gente tenga la seguridad y la confianza de que ellos y sus familias se beneficiarán de estas actividades en el futuro.
Los programas de restauración deben empezar por reconstruir esta confianza e invertir en enfoques paisajísticos que faciliten la comunicación, basada en la comprensión mutua de los diversos actores, la negociación y la planificación futura conjunta y las decisiones de gestión de los recursos. “De ahí que necesitemos programas de restauración impulsados por un propósito”, subraya Michael Hauser, científico de sistemas de la Universidad BOKU y asociado principal de CIFOR-ICRAF. “La restauración debe ir más allá de medir impactos como el número de árboles plantados o las hectáreas de tierra restauradas”.
Adoptar soluciones basadas en la naturaleza y prácticas agrícolas ecológicas no es un proceso simple y lineal en el que un agricultor individual aprende y pone en práctica una nueva técnica. Por el contrario, “las decisiones a menudo implican negociación y colaboración dentro de los hogares”, afirma Mary Crossland, científica de sistemas de vida de CIFOR-ICRAF. “En muchos lugares, las mujeres tienen una influencia limitada sobre tales decisiones y a menudo carecen de agencia en muchos contextos. Comprender y abordar la dinámica de la toma de decisiones dentro del hogar es crucial”.
Al pasar de los esfuerzos que responden a las cuestiones de género a los enfoques que las transforman, los profesionales del desarrollo pueden abordar las causas profundas de la desigualdad, lo que en última instancia conduce a programas de prácticas agrícolas más equitativos y sostenibles.
Cerrar las brechas de conocimiento para la resiliencia
Al abordar las complejidades de la toma de decisiones a múltiples niveles, los ponentes destacaron el potencial de las soluciones basadas en los árboles para contribuir significativamente a la resiliencia. Además, concordaron en la importancia comprender los procesos de toma de decisiones que subyacen al diseño, la aplicación y, en última instancia, la adopción de los programas.
La restauración debe ir más allá de medir impactos como el número de árboles plantados o las hectáreas de tierra restauradas”.
El panel concluyó con un debate sobre los acuciantes vacíos de conocimiento y el futuro de la investigación en estrategias de resiliencia basadas en los árboles. Los ponentes hicieron hincapié en la necesidad de disponer de más pruebas sobre cómo los diferentes actores –gobiernos, comunidades e individuos– toman decisiones en situaciones de vulnerabilidad y cómo estas decisiones afectan al éxito de las soluciones basadas en la naturaleza. La integración de las aspiraciones, la investigación centrada en la toma de decisiones y los principios agroecológicos surgieron como componentes clave para desarrollar estrategias eficaces de resiliencia en contextos frágiles.
Para abordar las complejidades de la toma de decisiones a múltiples niveles, el panel identificó la necesidad de más investigación y programas transdisciplinarios, integrando explícitamente los trece principios de la agroecología en la ayuda humanitaria. Las asociaciones entre expertos técnicos, gobiernos, agencias humanitarias y comunidades son cruciales para aplicar con éxito las iniciativas de refuerzo de la resiliencia.
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