Investigación

La intensificación agrícola ha alimentado al mundo, pero ¿estamos más saludables?

La intensificación agrícola puede ser la solución más apropiada para algunos paisajes y poblaciones, pero no para todos.
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Entre obtener calorías suficientes e ingerir una dieta nutritiva hay una gran diferencia, advierten investigadores. Mokhamad Edliadi/CIFOR

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¿Cómo cultivar más alimentos en menos tierras? La intensificación agrícola tiene un atractivo intuitivo. Con una población humana en crecimiento que alimentar y pocos lugares nuevos para sembrar cultivos sin que supongan una mayor amenaza para la cada vez más escasa biodiversidad, tenemos  un gran desafío.

Sin embargo, entre obtener calorías suficientes e ingerir una dieta nutritiva hay una gran diferencia. Existen muchos micronutrientes que necesitamos consumir para estar saludables, y una de las mejores formas de obtenerlos es a través de una amplia variedad de alimentos, algo que los nutricionistas llaman ‘diversidad alimentaria’.

Entonces, ¿es nuestra alimentación nutricionalmente diversa?

La ‘Revolución Verde’, en la década de los sesenta, produjo avances tecnológicos que hicieron posible un sistema de monocultivos increíblemente productivo. Las variedades mejoradas de trigo, arroz y maíz, así como el uso de fertilizantes inorgánicos, pesticidas, maquinaria e irrigación se convirtieron en la norma para cultivar. De esa forma, los agricultores podían producir cosechas de cereales que alimentaban a miles de millones de personas.

Y el impacto es innegable: entre los años 1960 y 2000 el rendimiento agrícola de los países en vías de desarrollo aumentó más del doble y condujo a un salto en su crecimiento económico y a que exista menos hambre en el mundo.

En la urgencia por alimentar a la población mundial, la diversidad alimentaria empezó a desaparecer, y a desaparecer muy rápidamente.

La intensificación agrícola ha sido ampliamente elogiada como el paso clave hacia una economía urbanizada, postagraria y como un elemento crucial para la seguridad alimentaria.  Es una narrativa poderosa, encantadora en su simplicidad y respaldada por muchos investigadores, responsables de la toma de decisiones y donantes.

Es tan generalizada que “muy pocas personas [en estos círculos] se han detenido a pensar ‘espera un momento: ¿qué perdemos cuando se intensifica la agricultura?’”, advierte Amy Ickowitz, científica principal del Centro para la Investigación Forestal International  (CIFOR).

Lo que argumentamos es que se debe dar una mirada más específica, según el contexto, para saber qué puede funcionar y qué no en diversos paisajes, antes de aplicar políticas de enfoque uniforme”

Amy Ickowitz

En un nuevo artículo en Global Food Security, Ickowitz y sus coautores identifican y exploran uno de los temas que la intensificación no ha podido resolver: la calidad nutricional. A pesar de la increíble aceleración en la producción de calorías, la calidad nutricional de nuestras dietas no ha mantenido el mismo ritmo. Y en muchos casos, más bien, se ha deteriorado.

A nivel mundial, actualmente dos mil millones de personas padecen de deficiencia de micronutrientes y dos mil millones  de adultos tienen sobrepeso o son obesos, en contraste con los 800 millones de personas  que pasan hambre.

No se puede culpar solamente, o principalmente, a la intensificación agrícola por estos problemas, afirma Ickowitz, pero en algunos casos esta sí puede tener un rol.

En  Kalimantan Occidental, Indonesia, el equipo de investigación de Ickowitz observó cómo los agricultores que cambiaron a cultivos de palma aceitera están dejando de lado las hortalizas de hojas verdes en sus dietas. Por el contrario, aquellos que han mantenido sus sistemas tradicionales agrícolas itinerantes y de policultivos, no, y estos últimos aún cultivan o   cosechan estos alimentos.

“Todavía no estamos seguros de si los mercados no están proveyendo estos productos o si los agricultores prefieren no comprarlos”, dice Ickowitz, “pero ese es un cambio que realmente tiene implicaciones importantes para la salud de las personas, porque estos vegetales son fuentes muy significativas de vitamina A, hierro y fibra”.

Durante la década pasada, los costos medioambientales de la intensificación agrícola han recibido cada vez mayor atención. El impacto negativo de los pesticidas, fertilizantes y las enormes cantidades de agua requeridas para la irrigación son bastante conocidos. Y esta situación ha motivado llamados para desarrollar una ‘intensificación agrícola sostenible’.

A pesar de que, definitivamente, se trata de un paso positivo, este avance no aborda el tema que Ickowitz y sus colegas están tratando de colocar en primer plano.

“Incluso si la intensificación agrícola es sostenible desde un punto de vista ecológico, pero se arrasa con un campo, digamos, ‘desordenado’ con frejoles, hortalizas de hojas verdes, vegetales de color naranja, maíz y melón para ser reemplazado por filas ordenadas de maíz o arroz cultivados sosteniblemente; aun así se pueden provocar consecuencias negativas para la dieta de las personas”, señala la investigadora.

Entonces, ¿cuál es la mejor manera de alimentar al mundo? No existe una respuesta clara y prolija, considera Ickowitz –al menos no todavía-. La intensificación agrícola aún puede ser la solución más apropiada para algunos paisajes y poblaciones, pero no para todos, ni en todos lados.

“Lo que argumentamos es que se debe dar una mirada más específica, según el contexto, para saber qué puede funcionar y qué no en diversos paisajes, antes de aplicar políticas de enfoque uniforme”, aclara Ickowitz.

Con certeza, hay evidencia creciente que indica que los paisajes más diversos, que incorporan variedad de cultivos, biodiversidad y tierras en estado natural (además de infraestructura para apoyar el acceso a los mercados), parecen ser más capaces de integrar tanto la seguridad alimentaria de los hogares como la sostenibilidad medioambiental.

Estamos abogando para que los países tropicales no repitan todos los errores ni incurran en los gastos sanitarios que los países ricos están experimentando ahora”

Amy Ickowitz

Por ello, los autores hacen un llamado a reorientar las inversiones e investigaciones hacia estos sistemas más complejos, más allá del enfoque actual de producción intensiva de cultivos básicos.

Irónicamente, a medida que se hacen más evidentes los efectos nutricionales, ecológicos y sociales del actual sistema alimentario mundial, muchos consumidores de los países occidentales han empezado a preferir alimentos más diversos, estacionales, de organizaciones más pequeñas; de forma muy parecida a los países ‘menos desarrollados’, donde la intensificación agrícola no se ha arraigado aún.

“Por esa razón, estamos abogando para que los países tropicales no repitan todos los errores ni incurran en los gastos sanitarios que los países ricos están experimentando ahora”, enfatiza Ickowitz.

Actualmente, el incremento de las enfermedades cardiovasculares y la diabetes es “muy, muy alto en muchos países tropicales, incluyendo Indonesia”, refiere.

“El mejor escenario para los países en desarrollo es que den un salto hacia adelante y no imiten las dietas occidentales”, sugiere Ickowitz.

Para obtener más información sobre este estudio, puede ponerse en contacto con Amy Ickowitz (en inglés) en A. Ickowitz@cgiar.org

Esta investigación contó con el respaldo de la Oficina de Bosques y Biodiversidad de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional.

 

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