Bogor, Indonesia- La conversión de pastos a tierra agrícola ha disparado las emisiones de carbono en la región. Según un nuevo informe, en los últimos 40 años, se ha emitido más carbono a la atmósfera que durante los 300 años previos, cuando los bosques fueron convertidos a pastizales.
La pérdida de carbono del suelo no sólo causa la degradación de la tierra y amenaza la biodiversidad, sino que contribuye directamente al cambio climático.
Y este informe, presentado en el libro “Soil Carbon: Science, Management and Policy for Multiple Benefits”, se presenta oportunamente, considerando que el año 2015 ha sido designado como el Año Internacional de los Suelos por la ONU.
“No nos hemos preocupado mucho por regresarles a los suelos lo que les hemos robado”, afirma Christopher Martius, científico principal del Centro para la Investigación Forestal Internacional (CIFOR). “Es mucho más fácil mantener el carbono en el suelo que reconstruirlo y hay tecnologías y enfoques que pueden ayudar, pero requieren un cambio de mentalidad, inversiones y políticas adecuadas”, agrega.
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En el pasado, Martius trabajó con investigadores de Brasil y Argentina a través del Instituto Interamericano para la Investigación del Cambio Global (IAI), ubicado en São José dos Campos, Brasil, para examinar el impacto del cambio de uso de suelo en las reservas de carbono de tres biomas de la zona centro-sur de América del Sur: la región del Cerrado en Brasil, los pastizales pampeanos de Argentina, y los “bosques atlánticos” en las regiones costeras del este sudamericano. Su trabajo titulado Impacts of Land-use Change on Carbon Stocks and Dynamics in Central-southern South American Biomes, (Impactos del cambio de uso de suelo en las reservas de carbono y las dinámicas en los biomas del centro sur sudamericano) es uno de los 31 capítulos del libro.
CUARTETO DE CULPABLES
Según los autores, son cuatro los sectores agrícolas que han causado mayor daño a la tierra: el sector de las materias primas como la soya; la madera, como el eucalipto y el pino; la ganadería, y el sector de los biocombustibles producidos con caña de azúcar.
En los últimos 30 años, explican, el área de cultivos de soya prácticamente se ha cuadruplicado en la Pampa argentina, y se ha expandido en casi 10 veces en el Cerrado brasileño. Además, indican que la superficie que abarcan los cultivos de caña de azúcar en Brasil se ha duplicado durante los últimos 20 años.
En general, todas las conversiones de vegetación natural para uso agrícola conducen a una pérdida significativa de las reservas de carbono del suelo. Como ejemplo señalan que en la región de la Pampa en la cuenca del Río de la Plata, la conversión a tierras de cultivo ha disminuido las reservas de carbono en más de 29 millones de toneladas métricas por año, durante los últimos 25 años.
“Si trabajas constantemente la tierra, entonces expones el carbono del suelo a la degradación”, explica Martius. “Es por eso que una de nuestras recomendaciones es la adopción de una agricultura de conservación o labranza cero. Con este enfoque, los agricultores reducen el número de veces que surcan y tratan de mantener la mayor cantidad posible de residuos vegetales en la tierra”.
NO PROHIBAMOS LA QUEMA
La agricultura de conservación a menudo se promociona como un enfoque holístico y ecológico, pero también puede tener beneficios económicos. Según indican los investigadores, muchos productores comerciales de gran escala en Brasil han adoptado el enfoque de labranza cero porque menos arado también significa menos combustible, maquinaria y mano de obra.
“Estas empresas descubrieron que podían cultivar semillas haciendo pequeños surcos en la vegetación existente, y plantándolas en estos pequeños agujeros”, dijo Martius. “Así se mantiene la tierra más o menos intacta y se puede obtener una buena cosecha. Pero además se reduce la pérdida de carbono del suelo debido a que no se lo revuelve con tanta frecuencia”, señala el científico.
Pero preservar el carbono en el suelo es un tema complejo, que involucra muchas ventajas y desventajas (trade-offs) en términos sociales, ambientales y económicos.
Por ejemplo, los productores de caña de azúcar queman las hojas antes de la cosecha. Esto permite reducir el agotador día trabajo de sus cosechadoras, pero también degrada el suelo.
“No se puede prohibir la quema porque sí, porque ayuda a los trabajadores”, explica Martius. “Una prohibición sólo puede funcionar si se introduce también maquinaria que ahorre mano de obra. Pero además se tiene el problema de medio millón de personas cuyos puestos de trabajo pueden verse amenazados por las nuevas tecnologías, y por eso es tan difícil encontrar una solución”.
Los investigadores recomiendan una serie de estrategias para ayudar a reducir la pérdida de carbono del suelo debido a la agricultura. Estas incluyen, por ejemplo, pasar de la siembra de monocultivos a la siembra de cultivos múltiples, la rotación con especies leguminosas para enriquecer el suelo con el nitrógeno que interactúa con el carbono, o la integración de cultivos con la ganadería y el manejo forestal. Está demostrado que con estas técnicas se pueden aumentar los niveles de carbono del suelo hasta por casi dos toneladas métricas por hectárea, anualmente. Además de preservar la capacidad de resistencia del suelo, estas técnicas también pueden ayudar a los agricultores de la región sudamericana a mitigar los impactos negativos del cambio climático.
“Perder el carbono del suelo, donde se ha almacenado durante siglos, incluso milenios, es fácil”, dice Martius. “Lo complicado es reconstruirlo y eso toma mucho tiempo. No podemos recuperarlo con la misma rapidez con que lo destruimos”.
Para obtener más información acerca de los temas de este artículo, por favor póngase en contacto con Christopher Martius en c.martius@cgiar.org
La investigación de CIFOR sobre bosques y agricultura forma parte del Programa de Investigación del CGIAR sobre bosques, árboles y Agroforestería.
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