Por Robert Nasi
Director del Programa de Investigación sobre Bosques, Árboles y Agroforestería del CGIAR
Una opinión generalizada en el “mundo desarrollado” es que las organizaciones dedicadas a la conservación obran “bien” al ofrecer actividades de desarrollo de pequeña escala para mejorar los medios de vida de la población local que reside en áreas remotas con bosques, como las del sudeste de Camerún. Asimismo, usualmente se considera que las concesiones madereras tienden a generar conflictos relacionados con el uso del bosque o llevarían a su degradación pese a que ellas afirmen que fomentan el desarrollo local. Además, otra opinión generalizada es que muchas áreas remotas, entre las que se incluyen algunas partes de África Central, en cierta forma se consideran inmunes a los efectos de las crisis financieras que afectan a las economías de países más desarrollados, pero aun así padecen el saqueo de sus recursos naturales que no se traduce en beneficios locales significativos.
Dos documentos recientemente publicados por equipos de investigadores de varias instituciones (Sayer et al., 2012; Lescuyer et al., 2012) retratan un panorama algo diferente y más complejo que pone en dudas los estereotipos descritos anteriormente, presentando una perspectiva más gris en lugar de la visión más generalizada de blanco y negro sobre las relaciones que establecen las industrias, el medio ambiente y la población local que habita o depende en algún grado de los bosques tropicales.
Lescuyer et al. muestran que la mejora en los medios de vida de las poblaciones locales en las áreas boscosas de Camerún está asociada principalmente con factores macroeconómicos como los precios de productos básicos, el desarrollo de la infraestructura vial y nuevas técnicas agrícolas. Los autores indican que la población local no depende tanto del bosque como generalmente se cree y, aunque los concesionarios madereros no aportan todos los beneficios que prometen, ellos tampoco impiden a los grupos locales aprovechar de nuevas oportunidades económicas o usar los recursos forestales, siempre y cuando sus acciones no afecten las operaciones de aprovechamiento de madera, lo que puede describirse como una actitud de indiferencia "benevolente".
En su estudio, Sayer et al. sugieren que la inversión extranjera directa es la clave para sacar de la pobreza a los habitantes de estas regiones remotas. Al resistirse las organizaciones para la conservación a esta inversión podrían de hecho contribuir a mantener a la población local en la pobreza. Asimismo, la globalización también alcanza a la población más pobre de las zonas más remotas y los expone a la volatilidad de los mercados mundiales. Por ejemplo, cuando ENRON quebró en los Estados Unidos, una mina de cobalto en Lomié, Camerún, en la que la empresa había invertido, cerró sus operaciones en cuestión de meses. En la misma zona, una suspensión de las actividades madereras, causada por la crisis financiera, contribuyó al empeoramiento de los indicadores de biodiversidad y de medios de vida cuando la gente perdió sus trabajos y volvió a la caza furtiva o a talar bosques para ganarse el sustento.
Ambos documentos señalan algunos impactos negativos cuando las actividades forestales no se llevan a cabo correctamente, pero estos parecen relativamente menores al compararlos con los beneficios potenciales de una buena gestión forestal (por ejemplo, cuando las concesiones están certificadas). Estos documentos también sugieren que las contribuciones de las actividades forestales a las economías locales tienen mayor repercusión en los medios de vida de la población local que algunos pequeños proyectos de desarrollo ecológico promovidos por las ONG de conservación.
Lo anterior no necesariamente significa que las actividades de desarrollo en pequeña escala deban ser descartadas, ya que ayudan a facilitar el diálogo entre dos puntos de vista divergentes sobre la naturaleza, y pueden contribuir a empoderar a grupos locales en la búsqueda de una mayor autodeterminación en la construcción de sus opciones futuras. Pero, también se debe admitir que el futuro de la conservación y los medios de vida de las poblaciones locales en las áreas forestales remotas estará influido –al menos en parte– por inversiones externas. Por consiguiente, las inversiones responsables y las buenas prácticas de silvicultura pueden tener un papel importante en la construcción de un futuro mejor para esas poblaciones y esos bosques, pero eso supone que los inversionistas cambien su indiferencia benevolente y adopten vías de desarrollo más proactivas y de carácter local. Esto requerirá más colaboración entre los actores locales de conservación, la industria, el Estado y las comunidades, donde todos tengan voz y dejen a un lado sus prejuicios mutuos.
Ambos documentos señalan que avanzar en esa dirección no será fácil ni rápido, pero se puede hacer un progreso significativo con una inversión relativamente moderada, y existen algunas señales claras, como el aumento del número de compañías madereras que han optado por la certificación y atienden de manera más seria a las necesidades y aspiraciones de las comunidades locales.
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