Opinan los expertos

En las buenas y las malas: juntando empresas y comunidades

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La mayoría de las sociedades entre empresas forestales y comunidades terminan igual que la mayoría de los matrimonios – en divorcio. Un caso ejemplar es el colapso más o menos reciente del esquema muy conocido de la empresa papelera Picop en las Filipinas después de años de aparente éxito. Por casi tres décadas la compañía contrató pequeños productores para que sembraran árboles para ella. Pero cuando aparecieron fuentes más baratas de pulpa en el mercado, el esquema se derrumbó.

Las empresas encuentran difícil y engorroso negociar con gran cantidad de pequeños agricultores y comunidades mal organizadas que no siempre cumplen sus promesas. Las comunidades también puedan contar muchas historias sobre promesas incumplidas de parte de las compañías.

Aun así, estas sociedades parecen ser más comunes que antes. En países como la India y Papua Nueva Guinea, donde las empresas tienen dificultades para comprar tierra y bosques o conseguir grandes concesiones, no tienen otra opción más que hacer arreglos para comprar madera de la gente local. Desde que finalizó el apartheid en África del Sur y cayó Suharto en Indonesia, las empresas en esos países ya no pueden usar la represión como forma de conseguir lo que quieren. Tienen que negociar.

Ahora en Ghana el gobierno les está pidiendo a las empresas firmar acuerdos con representantes de los grupos locales y con los oficiales del distrito forestal para poder conseguir permisos para aprovechar la madera. En México, las empresas forestales comunitarias están mirando hacia el sector privado tradicional para obtener capital y vender sus productos.

El libro “Las Sociedades entre Empresas y la Comunidad Forestal: Del Simple Acuerdo al Beneficio Mutuo?” por James Mayers y Sonja Vermeulen del Instituto Internacional para el Ambiente y Desarrollo (IIED) examina estas sociedades con realismo. Los autores analizan 57 ejemplos de 23 países, pero se centran en Canadá, Ghana, la India, Indonesia, Papua Nueva Guinea, y África del Sur.

El estudio demuestra que las sociedades se desarrollan cuando los gobiernos las apoyan y las comunidades tienen algunos derechos sobre la tierra y el bosque. Para prosperar, sin embargo, requieren más que eso. Los socios y los que los apoyan tienen que encontrar maneras de reducir el alto costo de trabajar con las comunidades y saber manejar los riesgos asociados con las operaciones forestales y con los consorcios en general.

Esto es muy semejante al matrimonio. No es fácil mantener una relación en las buenas y las malas, en enfermedad y en salud; y algunos matrimonios no merecen continuar. Viviendo con el mismo socio durante los últimos 26 años yo mismo puedo atestiguar de lo difícil que es para que las cosas funcionen. Pero cuando se logra, vale la pena el esfuerzo.

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