Especial COP16 Colombia

Recuperar los ecosistemas para la biodiversidad y las personas: Qué se juega América Latina en la COP16

Una mirada a algunos retos y prioridades regionales se verán en la Cop16 de la Biodiversidad de Cali, Colombia 
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Colibrí, Moyobamba, Perú. Rocío Vasquez/CIFOR-ICRAF

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Del 21 de octubre al 1 de noviembre, una mezcla dinámica de líderes gubernamentales, científicos y defensores de la biodiversidad se reunirán en Cali, Colombia, para la 16ª Conferencia de las Partes (COP16) del Convenio sobre la Diversidad Biológica (CDB). 

El evento promete una agenda completa, centrada en la transformación de los compromisos doblemente ambiciosos del Marco Mundial de Biodiversidad (GBF por sus siglas en inglés) de Kunming-Montreal –que establece 23 objetivos globales que deben cumplirse para 2030– en planes factibles, respaldados por sólidos mecanismos financieros y métricas de seguimiento. 

La vibrante historia y cultura de Cali constituyen el telón de fondo de este importante momento en la gobernanza multilateral: sus dinámicas culturas de la danza y la comida –que fusionan elementos indígenas, europeos y africanos en formas multitudinarias y sorprendentes– ofrecerán a los participantes un microcosmos de la rica diversidad cultural y ecológica del continente. 

América Latina: una potencia en biodiversidad 

América Latina alberga más del 40 % de la biodiversidad mundial conocida, casi un tercio del agua dulce, más de una cuarta parte de los manglares y el 57 % de los bosques primarios que hay en el mundo. Estos activos naturales sitúan a la región como un actor clave en las negociaciones mundiales sobre biodiversidad y clima, con una responsabilidad única y una oportunidad extraordinaria para liderar el cambio y ofrecer acciones reales a favor de la biodiversidad mundial. 

Cali, por ejemplo, se sitúa en un exuberante valle en medio de los imponentes Andes, la cordillera más larga de la Tierra, que se extiende casi 9000 kilómetros desde las llanuras de la Patagonia en el sur hasta los picos más septentrionales de Venezuela. Estas majestuosas montañas albergan un rico mosaico de ecosistemas, desde páramos y pastizales de puna hasta humedales de gran altitud y brezales alpinos. Juntos, estos ecosistemas desempeñan funciones esenciales en la regulación del suministro y el ciclo del agua del continente. 

Los Andes tropicales, en particular, destacan por ser los más diversos biológicamente de los 36 áreas claves de biodiversidad reconocidos del planeta. Hogar de una asombrosa variedad de anfibios, aves y mamíferos, y con más de una sexta parte de todas las especies vegetales de la Tierra, esta región es un verdadero tesoro de la biodiversidad mundial. 

Viajando hacia el interior desde Cali se llega a la inmensa selva amazónica, a menudo conocida como el “pulmón de la Tierra”. Este ecosistema es vital para la regulación del clima mundial, pero los cambios en el uso de la tierra alteran sus funciones naturales. Para preservar su integridad, debemos llevar a cabo intervenciones que combinen la conservación de la biodiversidad con la resiliencia socioambiental de los Pueblos Indígenas y las comunidades locales. 

Viajando en dirección opuesta hacia la costa, el Océano Pacífico contiene otra área clave de biodiversidad. América Latina es líder mundial en conservación marina, como demuestra el Corredor Marino del Pacífico Este Tropical, que protege y conecta 10 áreas marinas protegidas y abarca dos millones de kilómetros cuadrados de océano en Colombia, Costa Rica, Ecuador y Panamá. Estos esfuerzos de colaboración salvaguardan paisajes marinos ricos en biodiversidad y proporcionan beneficios sociales, medioambientales y económicos vitales para las comunidades costeras y las economías nacionales. 

  

La riqueza natural: un arma de doble filo 

La enorme riqueza natural de América Latina ha sido durante mucho tiempo una bendición y un desafío. Desde los tiempos de los conquistadores españoles, que extrajeron plata de las montañas y plantaron caña de azúcar en las fértiles tierras bajas, la región se ha visto atrapada en un ciclo de extracción que, con demasiada frecuencia, ha reportado escasos beneficios a las comunidades locales. 

El legado de la explotación continúa hoy en día, dejando a América Latina como la región más desigual del planeta, donde el 10 % de los más ricos gana 21 veces más que el 10 % de los más pobres. En 2021, la riqueza combinada de las 105 personas más ricas representaba casi el 9 % del PIB de la región, mientras que la pobreza sigue profundamente arraigada, afectando de manera desproporcionada a las mujeres, los Pueblos Indígenas y las comunidades rurales. 

Ahora está claro que este modelo de explotación incontrolada es insostenible para todos. Y lo que está en juego no podría ser mayor: si la Amazonía cruza su inminente “punto de inflexión” ecológico, sus funciones vitales de ciclo del carbono y del agua se colapsarán, acelerando drásticamente los impactos climáticos y la pérdida de biodiversidad. 

El reto consiste en trazar un nuevo camino que conserve y restaure la biodiversidad de América Latina, creando y manteniendo servicios y medios de vida para 656 millones de personas, un tercio de las cuales tiene dificultades para satisfacer sus necesidades básicas. El futuro de los ecosistemas de la región y de sus habitantes pende de un hilo si no se toman medidas urgentes y esto es lo que se espera abordar en la COP16 de Cali.

  

Restaurar para la biodiversidad y los medios de vida

Hacer frente a este reto exigirá un extraordinario nivel de colaboración entre sectores, afirma Khalil Walji, científico del Centro para la Investigación Forestal Internacional y del Centro Internacional de Investigación Agroforestal (CIFOR-ICRAF) e investigador principal del proyecto piloto Monitoreo de la Meta 2 del GFB sobre restauración de ecosistemas. Esta iniciativa se centra en ayudar a los países a diseñar, establecer y aplicar objetivos nacionales alineados con el ambicioso objetivo del Marco Mundial de Biodiversidad de restaurar el 30 % de todos los ecosistemas degradados para 2030 (Objetivo 2). 

 “Uno de los elementos transformadores del nuevo marco, que parte de las lecciones de los logros insuficientes de su predecesor (las Metas de Aichi), es el impulso a un enfoque de toda la sociedad y todo el gobierno”, dijo Walji. Es un cambio significativo con respecto a la forma tradicional de hacer las cosas, en la que un ministerio del clima solo se ocupaba de las cuestiones climáticas, o un ministerio del ambiente se centraba únicamente en la biodiversidad. Ahora se reconoce la naturaleza intrínsecamente intersectorial de las múltiples crisis y los factores que impulsan tanto la pérdida de biodiversidad como el cambio en el uso del suelo”. 

“La restauración de los ecosistemas es una tarea compleja y a largo plazo, que plantea importantes retos a lo largo de todo el proceso de restauración: a la complejidad se añade que la restauración requiere un enfoque intersectorial”, añadió Walji. “La mayor parte de las tierras degradadas se encuentran fuera de las zonas protegidas, y gran parte de ellas en tierras privadas o comunitarias, por lo que la colaboración es crucial. Para aprovechar plenamente estas oportunidades, tenemos que fomentar las asociaciones y convocar a todos los agentes pertinentes a la mesa para integrar las Estrategias y Planes de Acción Nacionales sobre Biodiversidad (EPANB) en el proceso nacional de toma de decisiones. El éxito de la restauración de los ecosistemas que la biodiversidad necesita dependerá no solo de factores medioambientales, sino también de la armonización de intereses en agricultura, finanzas, gobernanza y medios de vida locales”. 

El proyecto ha puesto en marcha iniciativas piloto en cuatro países –Burkina Faso, Kenia, Perú y Vietnam– para apoyar el desarrollo de estrategias nacionales y subnacionales y marcos de seguimiento de la restauración. Estos esfuerzos convergieron en torno a una serie de diálogos nacionales y la publicación de la Guía de Recursos de la Meta 2, una herramienta de autoevaluación para la alineación con la orientación mundial, y un resumen de evaluación de capacidades para apoyar a los países en el desarrollo de sus EPANB actualizadas. 

En Perú, el diálogo nacional resultó especialmente valioso debido al superposición de mandatos entre los ministerios de Medio Ambiente y Agricultura, ambos responsables de la restauración, pero en distintos tipos de paisajes. “Había una notable desalineación de políticas”, dijo Walji. “A nivel subnacional, los tomadores de decisiones a menudo no saben qué política seguir debido a directrices contradictorias. ¿Deben adherirse a las políticas agrícolas o a las estrategias de biodiversidad? Esto depende a menudo de la influencia del ministerio responsable”. 

“Los diálogos desempeñaron un papel crucial a la hora de sacar a la luz estas cuestiones”, añadió Walji. “CIFOR-ICRAF, como parte convocante neutral, ayudó a crear un espacio para que los ministerios y diversos actores se comprometieran, lo que fue clave para identificar discrepancias en las definiciones y los objetivos, e iniciar una conversación sobre cómo abordarlos en colaboración”. 

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