Este año, la 29ª Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP29 de la CMNUCC) se está celebrando en Bakú, Azerbaiyán. Con las obligaciones de la industria de los combustibles fósiles en relación con la mitigación del cambio climático como una de las prioridades de la agenda, la ubicación del evento en un país que se describe a sí mismo como la “patria histórica del petróleo” –el lugar donde se excavaron los primeros pozos de petróleo en la década de 1840– no es insignificante.
En persa moderno, Azerbaiyán se traduce como “la tierra del fuego” y se denomina así por sus antiguas filtraciones de la combustión de petróleo y gas: por ejemplo, en una ladera cerca de Bakú las llamas de gas natural arden continuamente desde una capa de arenisca porosa. Estos recursos naturales han alimentado la economía del país durante siglos: en 1901, la mitad del petróleo del mundo se producía en Bakú, a partir de 1900 pozos que operaban en un área de solo seis millas cuadradas.
Hoy en día, Azerbaiyán es un actor mucho menos central, ya que produce menos del 1 % del petróleo y el gas del mundo. Sin embargo, los combustibles fósiles suponen más del 90 % de todas las exportaciones y el 64 % de los ingresos del gobierno.
La Agencia Internacional de la Energía (AIE) ha recordado a los signatarios la necesidad de cumplir las promesas del año pasado de acelerar la transición energética mundial hacia fuentes renovables. El gobierno azerbaiyano ha estado invirtiendo considerablemente en la transición de su red nacional hacia las energías renovables, incluyendo la instalación de su primera planta de energía solar a gran escala. Reducir la dependencia económica de los combustibles fósiles para la exportación sigue siendo un reto complicado para el país, aunque ya hay planes para empezar a exportar energía eólica y solar baja en carbono a Europa del Este.
El plan de la presidencia azerbaiyana de la COP29 se centra en dos pilares: “aumentar la ambición” –conseguir que todas las partes se comprometan con planes nacionales ambiciosos y transparencia– y; “posibilitar la acción” – impulsar los tan necesarios aumentos de la financiación para reducir las emisiones, adaptarse al cambio climático y hacer frente a las pérdidas y daños.
En línea con esto último, Azerbaiyán ha puesto en marcha el Fondo de Acción para la Financiación Climática, que invertirá las contribuciones financieras anuales de los países y empresas productores de combustibles fósiles en ayudar a los Estados miembros a cumplir sus Contribuciones Nacionalmente Determinadas (NDC, por sus siglas en inglés) bajo el Acuerdo de París, y financiará acciones de resiliencia climática en los países en desarrollo. En un principio, el país buscaba un gravamen sobre la producción de combustibles fósiles, pero cambió su estrategia hacia el fondo voluntario y no vinculante tras enfrentarse a la resistencia de otros países productores.
El propio Azerbaiyán no es ajeno a los impactos del cambio climático. Forma parte de la montañosa región del Cáucaso, puente entre Europa y Asia Central, que se extiende desde el Mar Negro hasta el Mar Caspio, y alberga un elevado número de especies endémicas, entre ellas el leopardo del Cáucaso (Panthera pardus tulliana), en peligro de extinción. La región está experimentando un aumento de las temperaturas, la disminución de los glaciares, la subida del nivel del mar y la reducción y redistribución del caudal de los ríos. La mayor frecuencia de fenómenos meteorológicos extremos –como inundaciones, deslizamientos de tierras, incendios forestales y erosión costera– ha provocado importantes pérdidas económicas y víctimas humanas.
En la vecina Asia Central, las poblaciones rurales viven en condiciones frecuentemente adversas de sequías extremas, altas regiones montañosas y un impacto del calentamiento global muy superior a la tasa media mundial. Por lo general, la agricultura solo es posible con regadío, que debe gestionarse con especial cuidado a medida que los efectos del clima se hacen sentir.
A pesar de la adversidad, la zona es uno de los centros genéticos mundiales de la diversidad de muchas especies agroforestales de frutas y frutos secos, como cuna de una larga lista de frutas y frutos secos favorecidos como manzanas, albaricoques, granadas, almendras, cerezas y nueces y pistachos.
Sin embargo, en los años transcurridos desde el colapso de la Unión Soviética, esta diversidad genética se ha visto amenazada, poniendo en peligro la base genética para responder a un cambio climático más agudizado. Actores internacionales como el CGIAR respondieron poco después del colapso soviético apoyando la creación de bancos nacionales de semillas y genes en Georgia, Azerbaiyán y Armenia, que perduran hasta hoy.
Ahora, en lugares como las zonas rurales de Tayikistán, resurge el interés por la plantación de árboles para la alimentación y el sustento. Por ejemplo, los investigadores del Centro para la Investigación Forestal Internacional y del Centro Internacional de Investigación Agroforestal (CIFOR-ICRAF) observaron el impacto de las remesas de los trabajadores emigrantes que trabajan en el extranjero en el uso sostenible de la tierra en sus paisajes de origen.
“Asia Central y el Cáucaso son regiones fascinantes ricas en historia, importantes centros de diversidad y, en todas partes, pueblos muy hospitalarios que han aprendido a vivir bajo la adversidad climática y siempre están abiertos a recibir a un forastero”, afirmó Christopher Martius, líder del equipo de cambio climático, energía y desarrollo con bajas emisiones de carbono de CIFOR-ICRAF.
“El mundo puede aprender mucho de esta región, como sus tecnologías de regadío y sus métodos tradicionales de conservación de la fruta, la carne y otros alimentos. La COP en este país ayudará a arrojar luz sobre esta región históricamente rica”.
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