No vamos a conseguir limitar el aumento de la temperatura a 1,5 grados Celsius, ni siquiera a 2 grados Celsius. El objetivo del Acuerdo de París de limitar el calentamiento global por debajo de estos números se está convirtiendo en un sueño lejano, y las promesas actuales nos acercan más a un futuro con un promedio de 2,5 grados Celsius más caliente que los niveles preindustriales para el cambio de siglo.
Esto se traduce en desastres inducidos por el clima más frecuentes y destructivos, con países, tanto ricos como pobres, luchando por recuperarse de una crisis tras otra. Este escenario futuro está previsto, independientemente de si logramos alcanzar la meta de emisiones cero en el 2050 (lo que es muy poco probable).
Los gobiernos de todo el mundo están perdiendo miles de millones de dólares debido a eventos relacionados con los fenómenos climáticos extremos, y en los 31 años desde que Vanuatu propuso por primera vez un mecanismo para abordar “las pérdidas y los daños”, la inacción ha dejado a unos 189 millones de personas en los países en desarrollo tambaleándose por los impactos climáticos de cada año.
Hacer frente a los costos humanos y económicos (billones de dólares) de catástrofes a la escala de inundaciones, sequías, olas de calor, incendios forestales y tormentas cada vez mayores está endeudando a los países en desarrollo (y desarrollados) y consumiendo los fondos destinados a la atención médica, la educación y otros servicios críticos. Los más afectados son a menudo los más vulnerables, incluidas las mujeres y los pueblos indígenas, y consideremos que las desigualdades solo aumentaron a raíz de la pandemia de COVID-19, lo cual puede resultar en una “década perdida” para el desarrollo.
Resolver el problema de pérdidas y daños es fundamental, y no solo para los países más pobres. La ayuda financiera para las emergencias climáticas sigue siendo una prioridad clara, aunque dista mucho de ser suficiente para cubrir las pérdidas económicas inducidas por el clima que se estiman entre unos USD 290 000 y 580 000 millones anuales que deben afrontar los países en desarrollo para 2030. Pero también necesitamos invertir en proteger nuestros paisajes, comunidades y economías de los desastres naturales que se avecinan. No hacerlo nos dejará como la Reina Roja en Alicia en el País de las Maravillas: corriendo rápido, pero sin dirección.
Echando más leña al fuego
De hecho, estamos corriendo de cabeza en la dirección equivocada: por una suma de USD 11 millones por minuto en subsidios a los combustibles fósiles. Como se reveló en el último informe de Climate Transparency, los países del G20 aumentaron el apoyo a la industria de los combustibles fósiles a sus niveles más altos en 2021 (incluso antes de la guerra en Ucrania), contribuyendo con casi USD 200 000 millones a pesar de la promesa de 2009 de eliminar gradualmente dichos subsidios. Imagine lo que podríamos lograr si estos incentivos se reutilizaran para resolver la crisis climática, en lugar de exacerbarla.
Los árboles y los bosques deben ser una parte importante de la solución. Si bien no son una “varita mágica” para la recuperación climática, podemos llegar muy lejos si aprovechamos su potencial natural.
Más allá de su capacidad para restaurar paisajes degradados, los árboles son fundamentales para la adaptación al cambio climático en todos los sectores, desde la agricultura hasta el agua, la energía y las ciudades. Mitigan el impacto de los daños relacionados con el clima, ya sea a lo largo de las costas vulnerables o en zonas áridas, y pueden disminuir los efectos de la sequía, tanto a nivel local como a largas distancias, gracias a su capacidad para extraer agua de las capas freáticas profundas y retener la humedad y los nutrientes en el suelo. Protegen de las inundaciones y la erosión, dan sombra a otras plantas y fijan el nitrógeno. Ya sea en las ciudades o en los bosques, los árboles tienen un efecto refrescante, reduciendo la temperatura de la superficie y del aire a través de la sombra y la evapotranspiración. Además, refuerzan la estabilidad y la resiliencia de las lluvias, mientras que la deforestación exacerba las sequías.
Los árboles son fundamentales para la transformación radical necesaria para que nuestros sistemas alimentarios sean viables para las generaciones futuras. En los sistemas agroforestales, ciertas especies de árboles tienen más probabilidades de sobrevivir a los eventos inducidos por el clima que destruirán miles de hectáreas de cultivos alimentarios en las próximas décadas, proporcionando un sustento para los millones de personas que dependen de la agricultura de secano en todo el mundo. Los bosques protegen las cuencas hidrográficas que suministran agua dulce a más de la mitad de la humanidad. Son fundamentales para la seguridad alimentaria y la nutrición de la población rural de todo el mundo, proporcionando frutas, nueces y hojas y albergando a la vida silvestre.
En resumen, los bosques, los árboles y la agroforestería respaldan la seguridad de los ingresos y los medios de vida, conservan la biodiversidad y los servicios de los ecosistemas, reducen las emisiones y secuestran carbono. Y aunque algunos ecosistemas críticos, como los bosques intactos, los bosques ribereños, los manglares y los bosques de turba (muchos de los cuales contienen carbono irrecuperable), deben conservarse a toda costa, también es importante mantener bosques secundarios, gestionados y plantados para la producción de madera, fibras y alimentos.
La transición hacia una economía basada en la naturaleza requerirá una inversión total de USD 8,1 billones de aquí a 2050. Pero nos faltan USD 4,1 billones, según estimaciones de la ONU. Actualmente, solo se han invertido USD 133 000 millones en soluciones basadas en la naturaleza, principalmente de fuentes públicas. Para 2030, debemos triplicar las inversiones en la naturaleza para prevenir los efectos más destructivos del cambio climático.
¿Quién pagará la factura?
A medida que nos acercamos a otra conferencia climática de la ONU, el centro de atención vuelve a caer sobre una proporción marcada de desigualdad: el 10 % de las personas más ricas del mundo generan alrededor de la mitad de todas las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), mientras que la mitad más pobre de la población mundial es responsable de solo 12 % de todas las emisiones.
De ahí los recientes llamados a los principales contaminantes, y a todos los responsables o que se benefician de las altísimas emisiones, para que paguen los costos del calentamiento global.
Los debates se han centrado en el hecho de que los países ricos (es decir, los que impulsan la crisis climática) no se comprometerán a proporcionar a los países en desarrollo (es decir, los más afectados) la financiación que necesitan para hacer frente, recuperarse y adaptarse. Sin embargo, como destacan los resultados de la Base de datos sobre Desigualdad Mundial, hay personas ricas en los países en desarrollo y pobres en los países ricos: el 10 % de las personas más ricas emite de 5 a 6 veces más que la mitad de sus conciudadanos menos favorecidos a través de sus inversiones y elecciones de consumidores. Las políticas diseñadas para reducir las emisiones en las naciones ricas pueden afectar más a los segmentos más pobres de la sociedad, mientras que los más ricos no se ven afectados en gran medida.
Los países desarrollados y en vías de desarrollo tienen la responsabilidad de desarrollar los mecanismos e incentivos de financiación necesarios, y reutilizar los incentivos perversos, para impulsar la transformación sistémica necesaria"
Como sacó a la luz el Carbon Majors Report, solo 100 empresas de combustibles fósiles generaron el 71 % de las emisiones globales de GEI entre 1988 y 2017, obteniendo ganancias altísimas. Y según el reciente informe The Cost of Delay de La Colaboración de Pérdidas y Daños, entre 2000 y 2019 las ganancias obtenidas por la industria de los combustibles fósiles podrían haber cubierto los costos de las pérdidas económicas inducidas por el clima en 55 de los países más vulnerables al clima, casi 60 veces más.
¿Deja esto fuera de peligro a las naciones ricas y pobres? De ninguna manera. Tienen la responsabilidad de desarrollar los mecanismos e incentivos de financiación necesarios, y reutilizar los incentivos perversos, para permitir el tipo de transformación sistémica necesaria para poner los sistemas mundiales de producción de alimentos y las cadenas de suministro en un curso más verde y resistente. Las contribuciones determinadas a nivel nacional (NDC por sus siglas en inglés) deberían centrarse más en la adaptación, incluidos objetivos ambiciosos para el sector forestal, la agroforestería y la agroecología, e incluirlos, así como la gestión de la salud del suelo, en los planes de trabajo y los mandatos que surjan de las discusiones de Koronivia.
CIFOR-ICRAF está apoyando activamente la orientación de políticas climáticas en Vietnam, Perú e Indonesia; basándose en un historial de compromiso respaldado por evidencia que ha contribuido a las políticas agroforestales en India, Nepal y el sudeste asiático; una política forestal más inclusiva en Etiopía y políticas y directrices sobre palma aceitera, incendios de turberas, restauración y el papel fundamental de los bosques en la seguridad alimentaria y la nutrición a nivel mundial, así como innumerables procesos subnacionales.
Financiar soluciones basadas en los árboles y bosques requerirá desarrollar rápidamente las capacidades técnicas, institucionales y financieras para implementar la Declaración de los líderes de Glasgow sobre los bosques y el uso de la tierra y las NDC de los países y los planes de acción de conservación de la biodiversidad. Las inversiones de los sectores público y privado deben ser más transparentes y equitativas. Por último, el programa de trabajo del Inventario Mundial debe tener en cuenta los requisitos de creación de capacidad y financiación de los países en desarrollo.
Confiar en la ciencia
Las soluciones basadas en la naturaleza son una buena inversión. Y aunque el mejor momento para plantar un árbol fue, como dice el proverbio, hace 20 años, la mejor manera de plantar uno es mirando a la ciencia. Como CIFOR-ICRAF ha demostrado a través de sus 70 años combinados de experiencia, las ciencias genéticas, ecológicas y sociales nos dicen que esto significa seleccionar especies de árboles que se adapten mejor a los ecosistemas locales y a las necesidades de las comunidades que dependen de sus recursos. Significa utilizar principios agroecológicos, incluida la agroforestería, la agricultura regenerativa y otras formas de agricultura mejor adaptadas. Y significa garantizar que, desde el principio, las mujeres y los hombres de las comunidades indígenas y locales estén en el centro de las soluciones diseñadas no solo para proteger contra daños, sino también para garantizar medios de vida y bienestar sostenibles. El seguimiento de esto requiere el desarrollo de un marco para monitorear, informar y verificar los impactos de las intervenciones basadas en árboles y los enfoques agroecológicos en la salud humana y del ecosistema.
Adoptar un enfoque de paisaje basado en sistemas y paisajes para resolver los graves problemas en el centro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) vale la pena, como lo demuestra el Programa de Investigación de CGIAR sobre Bosques, Árboles y Agroforestería (FTA por sus siglas en inglés), de 10 años. Liderado por CIFOR-ICRAF y sus socios estratégicos, la Alianza de Bioversity International y CIAT, CATIE, CIRAD, INBAR y Tropenbos International, el programa resultó en una mayor protección de entre 26 y 133 millones de hectáreas de bosques (que representa entre 24 y 125 Gt de emisiones de CO2 evitadas), entre 2 y 35 millones de hectáreas de tierras restauradas; una mejor gestión de entre 60 y 204 millones de hectáreas de tierras; medios adicionales para salir de la pobreza y reducir la vulnerabilidad para entre 5,1 y 19,0 millones de personas; y medios adicionales para mejorar la seguridad alimentaria y la nutrición para entre 1,1 y 3,5 millones de personas. La nueva Asociación FTA continúa defendiendo los árboles y los bosques como impulsores del cambio transformador.
Incluso a USD 10 la tonelada de CO2, y utilizando los valores más bajos del rango, esta inversión de USD 800 millones en FTA se traduce en USD 240 000 millones en retornos económicos o pérdidas evitadas.
Entonces, sí, las noticias son terribles, pero aún no es demasiado tarde: las acciones que tomemos ahora pueden alejarnos de una trayectoria de catástrofe ecológica.
Para lo sí, no tenemos tiempo, es para malas decisiones de inversión y errores costosos. Pensemos en eso.
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