La Declaración sobre Bosques y Uso de la Tierra que fue presentada en la cumbre climática de Glasgow y que ha recibido el respaldo de 141 países (hasta ahora), comparte similitudes con compromisos u objetivos que se dieron anteriormente, como el Convenio de las Naciones Unidas sobre la Diversidad Biológica y la Declaración de Nueva York sobre los Bosques (NYDF).
En este compromiso no vinculante, es decir, que no forma parte de la agenda de las negociaciones sobre el clima, se propone detener y revertir la pérdida de bosques y la degradación de la tierra para el año 2030. Entre sus signatarios están algunos de los principales países con bosques del mundo como Rusia, Brasil, Canadá, Estados Unidos, China, Australia, República Democrática del Congo e Indonesia; o, en otras palabras, el 91 por ciento de los bosques del mundo está cubierto por este compromiso.
A primera vista, los puntos que se detallan en la declaración son los correctos: un fuerte compromiso para reducir o detener la deforestación y la degradación forestal es algo en lo que los científicos del Centro para la Investigación Forestal Internacional y el Centro Internacional de Investigación Agroforestal (CIFOR-ICRAF) han trabajado durante décadas.
Pero, de cierta manera, estos puntos no suenan muy convincentes: No se ha informado acerca de las acciones específicas que se tomarán para cumplir con el compromiso ni se han brindado objetivos claros o definiciones de los diversos términos empleados.
Según un informe elaborado el año pasado sobre otro compromiso que busca poner fin a la deforestación para el año 2030, los socios de evaluación de la NYDF —entre los cuales se encuentra CIFOR—, se requerirá una reducción sin precedentes de la tasa anual de pérdida de bosques para cumplir con la meta de poner fin a la deforestación para el año 2030.
Entonces, ahora que contamos con un segundo compromiso para lograr el mismo objetivo, una pregunta que vuelve a surgir es ¿cómo podemos asegurar que se cumplan en la práctica los objetivos de tales acuerdos no vinculantes?
En primer lugar, necesitamos un entendimiento común sobre lo que se ha prometido. Un examen cuidadoso de la redacción de la declaración de la COP26 destaca algunas áreas que requieren especial atención para avanzar.
“Por lo tanto, nos comprometemos a trabajar colectivamente para detener y revertir la pérdida de bosques y la degradación de la tierra para 2030, al tiempo que aseguramos un desarrollo sostenible y promovemos una transformación rural inclusiva”.
El análisis de esta afirmación en la declaración genera más preguntas que respuestas.
- El “nosotros” de la afirmación son los 141 países que (hasta ahora) han respaldado la declaración; pero entre los grandes ausentes se encuentran Camboya, India, Laos, Myanmar y Venezuela. ¿Cómo podemos lograr que estos también se involucren?
- ¿Qué significa “trabajar colectivamente” en la práctica? No se ha informado de ninguna hipotética división del trabajo. Aunque la Santa Sede ha respaldado el compromiso, sus áreas forestales son de hecho limitadas. Por otro lado, el papa Francisco ejerce influencia sobre 1300 millones de católicos y entre los 10 países con el mayor número de católicos se encuentran Brasil, Estados Unidos y la República Democrática del Congo, tres de los países con más áreas forestales del mundo.
El pontífice puso de relieve su preocupación por las consecuencias de las actividades humanas en el medioambiente, el clima y los bosques tropicales en un importante documento titulado Laudato Si’ (Alabado seas) publicado en 2015. Dos años más tarde, se formó la Iniciativa Interreligiosa para los Bosques Tropicales (IRI por sus siglas en inglés), en la que líderes religiosos musulmanes, judíos, budistas, hindúes y taoístas han establecido un pacto con los pueblos indígenas para que la protección de los bosques tropicales se convierta en una prioridad.
Países como Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos tienen poca cubierta forestal pero abundantes recursos financieros. Entonces, ¿cómo pueden contribuir? Por ejemplo, ofreciendo asistencia financiera a los países del Sur Global mediante acciones como la Iniciativa Global del G20 para Reducir la Degradación de la Tierra y Mejorar la Conservación de los Hábitats Terrestres, que cuenta con el apoyo de Arabia Saudita.
- Las funciones y responsabilidades de los signatarios deben estar claramente establecidas si lo que se busca es marcar la diferencia y evitar que las cuestiones más sensibles pasen desatendidas.
- ¿Qué es la “pérdida de bosques”? ¿Es acaso lo mismo que la deforestación, como parece creer la mayoría de los medios de comunicación? Luego de un incendio, si se pierde el bosque, pero la tierra no se convierte para otro uso, el bosque sigue siendo un bosque, pero, dado que ha habido una pérdida, es considerado degradado. Es necesario aclarar si la degradación forestal también está incluida dentro de este término general de “pérdida de bosques”. La “degradación de la tierra” es mencionada en la declaración, pero ¿se refiere a las tierras agrícolas o a todas las tierras degradadas?
- “Detener y revertir para 2030” sería equivalente a una pérdida cero de bosques y una degradación cero de la tierra, pero sabemos que esto es imposible pues necesitamos cosechar madera para la bioeconomía; además, se producirán incendios forestales, patógenos y tormentas causarán estragos, se construirán carreteras y otras infraestructuras, y la extracción continuará.
Tenemos que decidir si esperamos detener la deforestación en los bosques primarios (no es algo fácil, pero sí factible) o detener la deforestación en todos los bosques (algo que probablemente aún sea factible) o detener la pérdida de bosques (algo imposible). En términos absolutos, “detener la degradación de la tierra” también es imposible.
Determinar en términos brutos o netos cómo definimos la pérdida de bosques y la degradación de la tierra y cómo las estimamos es vital. Por ejemplo, un país puede continuar con algo de deforestación para cuestiones críticas relacionadas con el desarrollo, pero restaurar y conservar los bosques de manera que la cantidad total de la cubierta forestal o de carbono secuestrado siga siendo la misma o incluso aumente. ¿Es esto consecuente con el compromiso?
¿“Revertir” significa que para 2030 las zonas boscosas vayan en aumento y la cantidad de tierras degradadas en disminución (en un escenario en que hipotéticamente hablando se ha detenido la pérdida de bosques y la degradación de la tierra)?
Contamos con el conocimiento técnico y socioeconómico, pero entre 2015 y 2020 se deforestaron 10 millones de hectáreas anuales. Tan solo para restaurar estas tierras, necesitaríamos entre USD 5 y 15 000 millones al año, una cantidad mucho mayor que el actual compromiso por USD 19 000 millones en cinco años realizado en Glasgow.
Tal vez “promover una transición rural inclusiva” debería formularse más bien como “promover una transformación rural que sea inclusiva”. Hubo algunos avances en la COP26, con una declaración conjunta que afirmaba su compromiso con el Diálogo sobre Bosques, Agricultura y Comercio de Productos Básicos (FACT por sus siglas en inglés) y establecía como áreas de interés fundamentales el desarrollo del comercio y el mercado, el apoyo a los pequeños agricultores, la trazabilidad y la transparencia, y la investigación, el desarrollo y la innovación.
Sin embargo, debemos alcanzar un consenso con todos los sectores sobre la trayectoria que debemos seguir con respecto al compromiso de la COP26 para detener la deforestación, antes que arriesgarnos a seguir un curso serpenteante hacia 2030 y perder otra oportunidad clave para reducir el calentamiento global.
Tal vez deberíamos tomar como ejemplo el Protocolo de Montreal de 1987: el tratado ambiental más exitoso, que prohíbe la producción de clorofluorocarbonos para proteger y restaurar la delgada capa de ozono de la atmósfera que nos protege de las radiaciones dañinas.
En 1974, los científicos detallaron los peligros de la pérdida de ozono, y el protocolo fue adoptado en 1987 como respuesta al posterior descubrimiento de un agujero en la capa de ozono sobre la Antártida en 1985 por parte de científicos británicos.
El acuerdo estableció un calendario obligatorio para la eliminación gradual de las principales sustancias que reducen el ozono, que incluía apoyo financiero a los países del hemisferio sur. A pesar de que en un inicio menospreciaron este riesgo, las empresas desarrollaron alternativas a los productos químicos nocivos.
Su éxito en comparación con el Acuerdo de París se ha atribuido en parte al hecho de que abordaba un sector específico, era vinculante pero flexible, y tuvo un adecuado financiamiento.
El cambio climático es un desafío intersectorial más amplio, con implicaciones para toda la economía, y un rompecabezas mucho más complejo de resolver, pero podemos aprender de los enfoques adoptados para el Protocolo de Montreal.
Para detener la pérdida de bosques, necesitamos una respuesta impulsada desde el ámbito político, con apoyo empírico, legalmente vinculante y socialmente inclusiva. El impulso que ha surgido en Glasgow podría ser un primer paso para esto, pero eso está aún por verse.
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