Un forestal sin igual

Daniel Murdiyarso, científico principal de CIFOR, es reconocido por constituir un puente inquebrantable entre la ciencia y la política de Indonesia.
, Tuesday, 11 Sep 2018
Mokhamad Edliadi/CIFOR

El 28 de junio de 2004, el ministro de Medio Ambiente de Indonesia, Nabiel Makarim, dio inicio a la audiencia pública del Parlamento (DPR por sus siglas en indonesio) con una copia del diario nacional Kompas, diciendo que esperaba que los demás senadores hubieran leído la columna de opinión de esa mañana. El artículo, escrito por un forestal indonesio, presentaba las numerosas razones por las que Indonesia debía ratificar el Protocolo de Kioto, y era la cereza del pastel de un conjunto de documentos académicos que ese mismo científico había compilado para apoyar el caso. Ese mismo día, se ratificó el Protocolo.

En sus más de 30 años de trabajo, dicho forestal, Daniel Murdiyarso, ha sido testigo de cómo el “cambio climático” pasó de ser un término nebuloso a una crisis global, y ha visto al gigante que es su país despertar de un sueño aislado para convertirse en un actor integral en las negociaciones internacionales sobre el clima. De hecho, él fue una de las razones principales de este despertar, y desde entonces ha sido una fuerza continua que impulsa a Indonesia a mantener el paso.

Hace tan solo unas semanas, por ejemplo, organizó un diálogo sobre turberas en el Centro para la Investigación Forestal Internacional (CIFOR), donde se ha desempeñado como científico principal durante los últimos 15 años. Su investigación sobre estos ecosistemas ha sido fundamental para lograr su reconocimiento político, a tal punto que el Gobierno indonesio se encuentra en proceso de establecer un centro internacional para el estudio de las turberas en asociación con la República Democrática del Congo en el campus de CIFOR —uno de los temas del mencionado diálogo—. Terminado el evento, uno de los asistentes, proveniente de los Estados Unidos de América, comentó que nunca antes había visto a los miembros del Gobierno hablar con tanta franqueza en un entorno como ese.

En otras palabras, todo (para su país) ha cambiado gracias a que nada (en su labor para lograrlo) ha cambiado. “Mi pasión es vincular la ciencia con la política”, dice Murdiyarso calmadamente.

Y aunque las pasiones a menudo pueden descontrolarse, o apagarse, el mantra de Murdiyarso ha impedido que alguna de estas cosas le ocurra. También es la razón principal por la que recientemente recibió el Premio Sarwono del LIPI de 2018, la máxima distinción que otorga el Instituto de Ciencias de Indonesia (LIPI por sus siglas en indonesio), por su constancia y responsabilidad, en especial en su trabajo incansable sobre los humedales, incluyendo turberas y manglares.

   Daniel Murdiyarso en el evento "Tropical Peatlands Exchange 2018", realizado en Bogor, Indonesia en el mes de Agosto. Foto por Aulia Erlangga/CIFOR.

INVESTIGACIÓN AL LÍMITE

Aunque la pasión de Murdiyarso puede parecer una actividad emocionante actualmente, durante mucho tiempo lo convirtió en un renegado. Luego de obtener su doctorado en meteorología por la Universidad de Reading en el Reino Unido, regresó a Indonesia para integrarse a la facultad de su alma mater de pregrado, la Universidad Agrícola de Bogor (IPB por sus siglas en indonesio), y pronto comenzó a reunir fondos para proyectos de investigación. Esto llamó la atención del Panel Internacional sobre Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés), que lo eligió para que ayudara a realizar el Inventario Nacional de Gases de Efecto Invernadero de Indonesia.

Pero este encargo no impulsó su carrera como uno podría esperar.

“Prácticamente era el único indonesio, y [realizar esta labor] era considerado peligroso”, recuerda. “No se debía revelar lo que estaba sucediendo en el ecosistema. Me convertí en una suerte de explorador solitario que trabajaba con estudiantes sobre el cambio climático, término que aún era muy vago para muchos de nosotros”.

En ese entonces, Indonesia tenía la tercera mayor cantidad de emisiones provenientes de la producción de arroz después de China y la India —un ranking cuya validez Daniel no pudo evitar cuestionar—. Se puso en contacto con la Universidad de Portland y los convenció de que hicieran un desvío a Indonesia en su viaje anual a China y le prestaran sus equipos de última generación. “Mis estudiantes los pasaron por aduanas cargándolos en la mano”, dice riendo.

Él y su equipo terminaron publicando un artículo fundamental que, sobre la base de sus mediciones de las emisiones de tres variedades diferentes de arroz cultivadas en tres sistemas de gestión de agua distintos, estimó que las emisiones provenientes del cultivo de arroz en humedales en Indonesia eran de aproximadamente 4 teragramos (Tg) de metano por año, en lugar de la estimación anterior de 12 Tg por año.

Amenazaron con denunciarlo a las autoridades oficiales, sosteniendo que las universidades no debían hacer ese tipo de investigaciones, pero “yo estaba mucho más preocupado por contar con las cifras correctas, y con ello poder decir con confianza cuál era la cifra que teníamos. Si era peligroso o no, eso era cuestión de cada uno”.

El joven Murdiyarso nunca imaginó que su yo futuro se dedicaría a recorrer arrozales para medir la emisión de gases y reflexionar sobre la imprecisión de sus efectos. Mientras crecía en la ciudad de Cepu, en Java Central, su paisaje nativo era de tierras secas y calcáreas que luego dieron paso a plantaciones de teca estatales administradas por supervisores con altos salarios. Fueron los signos de dólar los que inicialmente lo llevaron a la carrera forestal; además, los humedales y otros ecosistemas archipelágicos estaban “llenos de estiércol y mosquitos”.

Luego de estudiar en la escuela de Silvicultura de la IPB, no se sentía listo para comprometerse con el mercado laboral. Solicitó y recibió una beca del Gobierno para estudiar una maestría en la IPB y luego se trasladó al Reino Unido para obtener su doctorado. Fue allí donde se enamoró de la comunidad de investigadores. “Había puntos de vista opuestos sobre los bosques y el agua”, recuerda sobre el debate principal de aquella época. “Algunos decían que los bosques son buenos porque producen agua, otros decían que son malos porque la consumen. Yo me encontraba en medio de esta gran cuestión, y cuando analicé el tema en los bosques tropicales, [descubrí que] ambas [posiciones] eran correctas en diferentes contextos”.

Durante su maestría, le asignaron como tutora a la climatóloga Ruth Chambers, quien rápidamente se convirtió en una mentora que forjó su temperamento científico. “Ella me enseñó la importancia de conocer algo de una manera adecuada y correcta, en lugar de aprender sobre todo pero de manera superficial. Fue una gran inspiración en términos de principios, integridad y disciplina”.

Un ejemplo: Murdiyarso continúa analizando el tema del agua, y en julio fue uno de los 50 científicos que contribuyeron a un relevante informe sobre bosques y seguridad hídrica presentado en el Foro de Alto Nivel sobre Desarrollo Sostenible de la ONU.

   Daniel Murdiyarso en los manglares de la Reserva Natural de Pulau Dua (Indonesia). Foto por Aulia Erlangga/CIFOR.
   Los científicos Daniel Murdiyarso y Mohamad Khawlie exploran el ecosistema más importante de Qatar: los manglares. Foto por Neil Palmer/CIAT.

CRISIS Y SORPRESAS

En 1995, el Programa Internacional Geosfera-Biosfera, un prestigioso grupo académico que cerró en 2015, recurrió a Murdiyarso para que se encargara de la dirección de un nuevo centro de investigación en Bogor, respaldado por una subvención de USD 2,1 millones de Australia para expandir la investigación sobre el cambio climático en el sudeste asiático. Puso manos a la obra de inmediato, diseñando currículos para cursos de capacitación técnica e invitando a expertos de todo el mundo para que dieran charlas. En 1997, cuando la doble catástrofe de la crisis económica de Indonesia y los incendios forestales pusieron al país en estado de emergencia crítica, un artículo de portada de la revista Science puso en la mira al centro y a Murdiyarso.

Esto, por supuesto, constituyó un enorme testimonio del trabajo realizado por Murdiyarso (y agradó inmensamente a los donantes del centro). Pero para Murdiyarso, representó la consolidación de la importancia de la ayuda y las asociaciones externas, que más adelante fundamentarían su petición de ratificar el Protocolo de Kioto.

“Así fue como sobrevivió la ciencia a la crisis económica”, recuerda. “Se necesita de una colaboración global, y que los donantes encuentren temas y problemas en los cuales invertir”.

Parte del mandato de su gestión era también convertir al centro en una plataforma para diálogos entre la ciencia y la política, comenzando por el tema más candente de aquella época: los incendios. Esto lo llevó a cursar invitaciones a Gobiernos de toda la región para sostener discusiones grupales; también lo impulsó a conocer mejor los otros centros de investigación de Bogor: el Centro Mundial de Agroforestería (ICRAF) y CIFOR, que se habían establecido conjuntamente en un lugar cercano a su centro en 1993. “Conocí al director general de CIFOR [Jeffrey Sayer] y lo que estaba sucediendo ‘en el barrio’. Todos estábamos aprendiendo a identificar problemas y a las personas adecuadas con las cuales hablar e interactuar”.

Su centro se convirtió rápidamente en el lugar de reunión de la comunidad de investigadores de Bogor. “Era el único lugar en Bogor que tenía computadoras de escritorio en el laboratorio”, dice entre risas —y 28 de ellas, nada menos—. “CIFOR e ICRAF no tenían lujos de este tipo y nos pedían los laboratorios para utilizarlos en sus capacitaciones”. El centro, que debía cerrar en 1998, superó las expectativas y recibió fondos adicionales para continuar funcionando hasta el año 2000. “Tres años que pasaron demasiado rápido”, dice.

Luego, sin previo aviso, su carrera dio un giro brusco. “Los diálogos que organizábamos atrajeron la atención —sobre nosotros y sobre el tema del cambio climático— del nuevo ministro de Medio Ambiente, quien quería desarrollar ese tipo de pensamiento para Indonesia”. Y el ministro, Sonny Keraf, quería que Murdiyarso fuera su viceministro.

“En nuestra primera reunión, le dije al ministro que ese no era mi hábitat, y que si consideraba que había llegado el momento de marcharme, se lo informaría. Él enarcó las cejas, ‘¿Por qué? Hay personas que piden tener tu cargo’. Yo le dije: ‘Porque no creo que pueda sobrevivir aquí para siempre’”.

Pasó casi tres años como viceministro antes de que su autoconciencia se hiciera profética. Cuando se produjo un cambio de ministros, Murdiyarso consideró que era el momento de marcharse, a pesar de que el nuevo ministro (Makarim) le rogó que se quedara.

Poco después, se ratificó el Protocolo de Kioto, lo cual, según Murdiyarso, es la demostración de que como científico tiene mayor eficacia fuera de la política que dentro. Regresó a Bogor y al año siguiente se unió a CIFOR como científico principal.

   Murdiyarso participando en el Foro de Bosques Tropicales en Oslo. Foto por Rasmus Kongsøre/Norad.

PLANEANDO EL CAMINO FUTURO

En contra de lo que podría esperarse por el nombre de CIFOR (Centro para la Investigación Forestal Internacional), Murdiyarso era uno de los pocos forestales en la organización cuando comenzó a trabajar allí. La mayoría de sus colegas provenían de otras disciplinas, como las ciencias políticas y la antropología, y él se preguntó si había tomado la decisión correcta al unirse. Sin embargo, el tema aún incipiente del cambio climático fue el nexo que los mantuvo unidos mientras descubrían cómo debía aplicarse. Y fue así que se quedó.

Durante su tiempo en la organización, ha publicado más de 100 artículos sobre ciclos biogeoquímicos, incendios y neblina, mitigación y adaptación al cambio climático en todo tipo de paisajes tropicales, propiedades del suelo y procesos microbianos, emisiones atmosféricas, flujos de gases de efecto invernadero y reducción de la pobreza. Su nombre aparece en revistas de renombre como Science, Nature y PNAS.

Sus reconocimientos son numerosos también. Ganó el Premio Achmad Bakrie en 2010. Su larga relación de autoría con el IPCC (siglas en inglés de Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático), ganador del Premio Nobel de la Paz, lo convierte en uno de los pocos indonesios que tienen el diploma del premio colgado en su pared. Ha sido punto focal de Indonesia ante la CMNUCC y mentor de innumerables estudiantes. Es uno de los pocos miembros vitalicios de la Academia de Ciencias de Indonesia —un cargo que se obtiene únicamente por nominación—, lo que significa que nunca se jubilará de dicha institución.

Murdiyarso tuvo un papel clave para que CIFOR consiguiera una subvención de USD 16 millones de Noruega para iniciar el Estudio Comparativo Global sobre REDD+ en 2008. Ese mismo año, el Servicio Forestal de los Estados Unidos de América propuso un proyecto para que CIFOR investigara las turberas. Murdiyarso, quien siempre trata de aprovechar una oportunidad y ampliar sus posibilidades, recomendó incluir también los manglares. “No sé por qué lo propuse”, dice. En ese momento, los ecosistemas de humedales eran prácticamente invisibles en la agenda internacional sobre el cambio climático, y menos aún en la de Indonesia, a pesar de sus más de 100.000 kilómetros de costa. “Pero pensé: si Indonesia tiene ambos, ¿por qué perder la oportunidad de investigar?”.

El primer año el proyecto recibió USD 75.000, pero la publicación de un artículo dirigido por un candidato posdoctoral que trabajaba con Murdiyarso generó tal impacto que el financiamiento del año siguiente de USAID aumentó diez veces. Esto atrajo la atención de las cabezas de la CMNUCC, que rápidamente organizó un taller sobre estos ecosistemas, y el IPCC desarrolló directrices para los humedales, lo que los llevó a la escena mundial en el papel de líderes. El proyecto se encuentra actualmente en su sexto año.

Hoy, Murdiyarso dedica la mayor parte de su tiempo a los humedales, y este año ha alcanzado un punto culminante —uno más en su carrera— relacionado con este enfoque. La Cumbre sobre Selvas Tropicales de Asia-Pacífico, que se celebra bianualmente, se centró en gran medida en los ecosistemas costeros, seguida por la Cumbre sobre el Carbono Azul y el Diálogo sobre Turberas Tropicales, lo cual trajo como resultado que él redactara una serie de documentos técnicos que informarán directamente a los responsables políticos, para asesorar a la administración actual sobre cómo gestionar de manera sostenible estos paisajes frágiles y sus enormes reservas de carbono, y de manera expeditiva.

Con un número especial de Mitigación y Estrategias de Adaptación para el Cambio Global dedicado a las turberas editado por él y publicado recientemente, un libro sobre incendios que ha coescrito y que presentará en la Reunión Anual del Banco Mundial en Bali en octubre próximo, y luego otra presentación sobre humedales en el Global Landscapes Forum de Bonn en diciembre, Murdiyarso no parece tener la intención de reducir el ritmo de trabajo, a pesar de que sus colegas elogian su capacidad de jubilarse con todos los reconocimientos que un científico podría querer, en el momento en que lo desee.

Pero Murdiyarso no parece ver las cosas de esa manera. Cuando LIPI intentó agendar una llamada con él, en la que planeaban informarle acerca de su premio, él pidió posponerla. “Pensé que [la llamada] tendría que ver con el carbono azul o algo así… Cuando finalmente me llamaron y el director [de LIPI] se puso al teléfono, me sorprendió mucho. Estaba muy avergonzado”.

La razón por la que Murdiyarso pospuso la llamada fue una excursión con sus estudiantes a las turberas de Kalimantan, a caminar por el lodo para hacer mediciones y dormir bajo un cielo lleno de más mosquitos que estrellas. Se trata, después de todo, del tipo de constancia que prefiere este brillante y humilde científico.

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