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Hace 25 años, la UCS (Union of Concerned Scientists), una asociación global de científicos que incluía a 1.700 destacados investigadores, varios de ellos ganadores del Premio Nobel, lanzó durante la Conferencia de Río de Janeiro, una advertencia a la humanidad sobre las terribles consecuencias de no detener la destrucción del medio ambiente.

El año pasado, otro grupo de científicos lanzó una segunda advertencia, en la que lamentaron la falta de avances desde que se hiciera pública la primera advertencia y llamaron la atención sobre cuestiones específicas, como la disponibilidad cada vez menor de agua dulce y los probables impactos del cambio climático sobre la biodiversidad.

Pero los tiempos han cambiado, y esta segunda advertencia se ha beneficiado de algo que no existía en 1992: se ha vuelto “viral”.

Desde ese día, en noviembre de 2017, más de 15.000 científicos de 184 países han suscrito la advertencia, y otros 5.000 la han respaldado hasta el momento.

Esta campaña ha inspirado casi 9.000 tuits y actualmente ocupa el sexto lugar en la escala de Altmetric, un sistema que mide la  atención en línea generada por la investigación, que incluye todos los artículos publicados a nivel mundial en los últimos seis años. Además, se están preparando un libro y un documental al respecto, y todas las personas del mundo que lo deseen pueden apoyar el movimiento en el sitio web Scientists’ Warning (Advertencia de los Científicos).

A raíz de la popularidad del documento, el autor principal, William Ripple, de la Universidad Estatal de Oregón, ha alentado a otros científicos a escribir artículos de seguimiento para ahondar con mayor profundidad en los asuntos planteados por el informe y convertirlos en acciones de política tangibles. Uno de estos documentos, de la Sociedad de Científicos de Humedales (SWS por sus siglas en inglés), analiza el contexto que esta segunda advertencia proporciona para la gestión y las políticas reacionadas con los humedales.

TESOROS OLVIDADOS

La Convención de Ramsar, un tratado intergubernamental sobre gestión y conservación de los humedales, adoptada en Ramsar, Irán, en 1971, representó un primer paso importante para aumentar la visibilidad de estos ecosistemas. Sin embargo, los autores de este documento, dirigidos por C. M. Finlayson de la Universidad Charles Stutt, sostienen que las acciones no han cumplido con los compromisos contraídos en la convención. A pesar de los esfuerzos de conservación, la tasa de degradación y pérdida de humedales y turberas no ha disminuido en el mundo.

Christopher Martius, científico principal del Centro para la Investigación Forestal Internacional (CIFOR) y líder de su equipo de investigación sobre cambio climático, es uno de los firmantes de la segunda advertencia. Martius concuerda con la afirmación de sus colegas: “Los humedales no ocupan un lugar prioritario en la agenda política”, dice. “A menudo, se encuentran en áreas remotas, y nadie se fija mucho en ellos, o su explotación continúa, aun ahora que conocemos la importancia de sus enormes reservas de carbono para el clima mundial”.

En Indonesia, por ejemplo, las turberas (humedales que producen suelo de turba a partir de materia orgánica en descomposición) a menudo son drenadas para utilizarlas sus áreas para la agricultura, “porque simplemente se las considera tierras improductivas”, dice Martius. “Así, se utilizan para la producción de palma aceitera, por ejemplo”. Y en este proceso, explica, grandes cantidades de carbono de los suelos de turba son liberados a la atmósfera.

Mientras tanto, en la Amazonía, los humedales ubicados a lo largo de los ríos son extremadamente fértiles, porque el agua trae sedimentos ricos en minerales provenientes de los Andes. Por ello, indica, “las empresas están interesadas en talar los árboles y crear plantaciones de soya y arroz”, “Pero los árboles que crecen en estos bosques se inundan en la temporada de lluvias, y los peces se alimentan de las frutas que estos dejan caer, y luego se desplazan río arriba para desovar y reproducirse”.

“De modo que si se talan los árboles en ese lugar, se altera todo el ciclo biológico de los peces y con ello la base para la pesca, lo que a su vez afecta la seguridad alimentaria de las poblaciones ribereñas”, advierte.

En el río Congo, también hay una turbera “enorme e inexplorada”, dice Martius, “pero ya está en la mira de las grandes empresas mineras y madereras. Entonces, allí también hay un problema”.

Los humedales no ocupan un lugar prioritario en la agenda política. A menudo, se encuentran en áreas remotas, y nadie se fija mucho en ellos, o su explotación continúa, aun ahora que conocemos la importancia de sus enormes reservas de carbono para el clima mundial".

Christopher Martius, científico principal de CIFOR.

MANTENER EL CARBONO EN SU LUGAR

Como ilustran estos ejemplos globales, y como destaca el documento, la gestión de los humedales podría desempeñar un papel importante en la trayectoria futura del cambio climático, debido a su capacidad de eliminar grandes cantidades de dióxido de carbono de la atmósfera y con ello empeorar las condiciones climáticas globales.

Las turberas tropicales, en particular, almacenan aún más carbono de lo que se pensaba originalmente: más de cinco veces lo que un bosque tropical, y en algunos casos, dependiendo de la profundidad de la turba, hasta 20 veces más, dice Martius. Liberar estas enormes cantidades adicionales de carbono a la atmósfera produciría una “importante amplificación de los efectos del cambio climático”, como señalan Finlayson y sus colegas.

Sin embargo, muchas de estas reservas de carbono subterráneas no son tomadas en cuenta en los planes nacionales frente al cambio climático de los países y corren el riesgo de ser liberadas a la atmósfera, “lo que arruinaría terriblemente el equilibrio”, advierte.

Por lo tanto, es imperativo proteger las turberas existentes, dice Martius.

Además de la importancia de su protección inicial contra la degradación, la restauración de las turberas es otra gran tarea pendiente. Cuando se drenan y desecan las turberas tropicales, estas pierden cinco centímetros de espesor de perfil por año; y su recuperación ocurre a un ritmo extraordinariamente lento, uno o dos milímetros al año.

Dado que los humedales se ven inevitablemente afectados por el desarrollo de los países, se requieren enfoques más integrales para su uso sostenible y su protección, dice Martius.

En Indonesia, además de la ya activa Peatland Restoration Agency (Agencia de Restauración de Turberas), existen planes para la creación de un centro internacional de turberas tropicales, lo que, según él, es un paso importante en la dirección correcta.

Como destaca el documento, aumentar la visibilidad de los humedales y otros ecosistemas amenazados, y desarrollar medidas concretas para mejorar las políticas y la gestión de estas áreas, es un elemento fundamental para alejar a la humanidad del “curso de colisión con la naturaleza” en el que nos encontramos actualmente.

Con suerte, las acciones serán tangibles y no necesitaremos otra advertencia.

Para mayor información sobre este tema, puede ponerse en contacto con Christopher Martius en  C.Martius@cgiar.org.

Este artículo es parte del Estudio Global Comparativo de CIFOR sobre REDD+

 Esta investigación fue financiada por la Agencia Noruega de Cooperación para el Desarrollo (NORAD) y la Iniciativa Internacional para el Clima (IKI) del Ministerio Federal de Medio Ambiente, Conservación de la Naturaleza, Construcción y Seguridad Nuclear (BMUB) de Alemania.

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